31 de julio de 2022

El universo de Gabriel García Márquez en sus lectores

Este 2022, se cumplen 40 años desde que Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982.

Foto: Centro Gabo

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El inca Túpac Yupanqui perdió el sentido de la mesura cuando, estando en las costas del Pacífico, entre los actuales límites de Perú y Ecuador, entre 1460 y 1470, según cálculos de los historiadores, vio un navío que llegaba desde unas tierras lejanas. Sin espacio para la duda, ordenó preparar barcos, provisiones y junto a 20 mil soldados emprendió la osada marcha, obsesionado por dominar el mar. Después de nueve meses, retornó de las ínsulas de Oceanía, lugar al que visitó antes de los europeos y en donde perdura la leyenda de la llegada de un rey cobrizo que era hijo del sol, según narraron los cronistas. Tiempo después, en una nueva campaña por América, buscó llegar al final de la tierra cuando, recorriendo el actual territorio de Chile, marchó hasta donde todo lo que seguía era el mar.

Muchas historias en América Latina, como la de Túpac Yupanqui, esperan a un narrador que las convierta en relatos que nos admiren como habitantes de esta parte del mundo. Escritores que influidos por Gabriel García Márquez recojan esos insumos y los conviertan en cuentos, poemas y novelas que nos ayuden a entender nuestra naturaleza para ser capaces de entenderla, defenderla y valorarla.

“No hemos tenido un instante de sosiego”, mencionó Gabo en 1982 durante su discurso de recibimiento del Premio Nobel de Literatura, al referirse a los constantes sucesos que rompen la tranquilidad de América Latina, “esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda” y donde abundan las “noticias fantasmales”.

La realidad no ha cambiado: reflexionan los analistas que en nuestros países nunca te aburres, así no tengas la más variada aplicación de streaming de video, ya se por falta de presupuesto o de servicio eléctrico. En noviembre de 2020, cuando la pandemia por el covid-19 llenaba hospitales y morgues, una crisis política en Perú, ocasionada por sus ilustres políticos, nos empujó a una mágica realidad gracias a la cual tuvimos tres presidentes en menos de una semana, como 50 años antes pudimos leer en el realismo mágico de Cien años de soledad o La mala hora, por mencionar a dos ejemplos, que están llenos de hojas que hierven de rebeliones y enfrentamientos por el poder. 

Son muchas las referencias que podríamos relacionar entre las historias escritas por García Márquez y lo que vivimos en nuestra América. No es coincidencia, entonces, y hasta podría ser una conclusión válida que Gabo se nutrió de nuestra vida política, social y cultural para crear su universo de personajes que hasta sin haberlos conocido o que vivieron muchos años después están perfilados en las páginas de sus libros. O cómo explicamos que en Túcume, un pueblito costeño al norte del Perú, en la región Lambayeque, haya existido Santos Vera, un ser venerado, de la magnitud de la Mamá Grande en Macondo, que a su muerte mereció canciones, un museo y hasta fue víctima del robo profanatorio de su cráneo, pues así se quería adquirir su sabiduría, que en vida lo llevó a sanar enfermos, curar males y predecir el futuro desde la brujería y la chamanería.

Mi abuelo gustaba dedicar las tardes de sus últimos años de vida a construir objetos únicos y prácticos, que despertaban la curiosidad en la calle, como cuando armó un bastón que en dos movimientos se convertía en una silla. El llamativo invento, que nos aseguraba haber visto entre sus sueños, lo usaba solo cuando visitaba a mi abuela en el cementerio, y aunque se justificaba que así podía descansar de la larga caminata, todos sabíamos que no era más que para seguirla impresionando. Fue la muerte de mi abuela, justamente, el motivo inesperado que desencadenó la distancia de nuestra numerosa familia, compuesta por seis hijos y muchos nietos, que, hasta entonces, con su sola presencia, era capaz de mantener unida en almuerzos y reuniones sin fin. Víctor y María, los nombres de mis abuelos, eran dos seres que probablemente nunca leyeron a Gabo, pero que viven en personajes como José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, quienes, como otros seres del universo de Gabriel García Márquez, poseen características de las personas que nos rodean o están en nuestro día a día.

Sus personajes y acciones son los que vemos con nosotros y que Gabo supo plasmar en las historias que hicieron de nuestra América un continente menos impredecible.

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7 de marzo de 2022

¿Cómo se paga por los servicios de saneamiento en las zonas rurales del Perú?

Dos presidentes de las organizaciones comunales encargadas de brindar los servicios de saneamiento en las zonas rurales del Perú, también conocidas como juntas administradoras de servicios de saneamiento (JASS), explican la importancia de la cuota familiar, el aporte que sus asociados realizan cada mes para cubrir los gastos por los servicios de agua y alcantarillado de su comunidad. 



“Ese pago sirve para comprar cloro, que garantice un agua más segura. Hacer trabajos de mantenimiento del sistema, una rotura. Porque a veces se malogran los tubos, también para pagar a una persona encargada que vea los desperfectos que hay, los sanee. Cualquier desperfecto que haya, también se paga a esa persona. El pago que se hace por usuario de dos soles mensual”, indica Isaías Chuquicahua Requejo, presidente de la junta administradora de servicios de saneamiento (JASS) Yanapaccha, ubicada en la provincia de Cutervo, región de Cajamarca, en la sierra norteña del Perú, sobre la cuota familiar, que cada mes aportan sus asociados para cubrir los gastos de los servicios de agua y alcantarillado de su comunidad. 

Así como en Yanapaccha, miles de personas en las zonas rurales del país realizan este pago para recibir el servicio de agua segura, es decir, agua debidamente desinfectada, previniendo así enfermedades diarreicas agudas, desnutrición y anemia. Sin embargo, para que este pago sea justo y preciso, las organizaciones comunales deben aprender a calcular su valor.

“En nuestra JASS Florida Baja, la cuota familiar es de 15 nuevos soles cuando consumimos de 1 metro cúbico hasta los 7 metros cúbicos. Pero si nos pasamos de los 7 metros cúbicos, la cuota familiar cuesta 2.5 cada metro cúbico. La cuota es muy importante porque nos permite ser responsables y cumplir con lo establecido en el plan operativo anual. También nos permite cubrir algunos gastos que se toman como acuerdos en las asambleas generales”, sostiene Sayra Rafael Montoya, presidenta de la JASS Florida Baja, ubicada en el distrito de Laberinto, región de Madre de Dios.

En Laberinto como en Yanapaccha, se aplica la metodología para el cálculo de la cuota familiar aprobada por la Sunass, que propone que el valor de la cuota se fijará de acuerdo con el plan operativo anual, donde determinan qué mejoras van a realizar, a cuántas personas van a brindar el servicio, si presentan morosidad, entre otros.

Con un adecuado cálculo, la cuota familiar les permitirá cubrir los costos de las actividades de administración, operación, mantenimiento, reposición de equipos y rehabilitaciones menores, a fin de garantizar la sostenibilidad de la prestación de los servicios. Uno de los principales gastos es la compra de cloro y el pago para el operador de los sistemas. El valor de la cuota familiar se calcula cada año.

“Al operador se le paga por cualquier desperfecto que haya, se le paga para que lo arregle 10 soles. Lo que mayormente se malogran son las tuberías, ya tenemos comprados nuestros tubos y cuando hay rotura de tubo de ahí cogemos y se repone, a veces se malogra las llaves, también tenemos llaves compradas en almacén para cualquier desperfecto que haya”, refiere Isaías Chuquicahua Requejo, presidente de la JASS Yanapaccha.

¿Pero, cómo se realiza este aporte? Sayra Rafael nos precisa que, en su comunidad, los asociados deben acercarse a la oficina de la tesorera. Y, luego, para transparentar los gastos, realizan una rendición de cuentas a los asociados en asamblea general.

“Todos los socios realizan el pago mediante un recibo y deben acercarse a la oficina de la tesorera. Los días de cobro son los 10 de cada mes. La rendición de gastos o cuentas se hace cada tres meses mediante una asamblea general extraordinaria. Dentro de nuestra JASS Florida Baja evitamos la morosidad de nuestros socios porque si los socios no pagan en la fecha establecida, pasada la fecha deben pagar un sol diario de mora”, precisa Sayra Rafael Montoya, de la JASS Florida Baja.

Sayra Rafael Montoya, de la JASS Florida Baja (Madre de Dios)


En julio de 2018, la Sunass aprobó la metodología para fijar el valor de la cuota familiar por la prestación de los servicios de saneamiento brindados por organizaciones comunales, mediante la Resolución de Consejo Directivo N°028-2018-SUNASS-CD.

A partir de entonces se realizan talleres de capacitación a las organizaciones comunales para aplicar dicha cuota y dar sostenibilidad a sus servicios de saneamiento.

Dory Saldaña, ingeniera que trabaja en el área técnica municipal (ATM) de la comuna de Cutervo, en la región de Cajamarca, explica que, como sucedió con la JASS Yanapaccha, así como otras de su distrito, se realizan capacitaciones para promover la metodología para establecer la cuota familiar.

“Nosotros también, como ATM, salimos a las diferentes comunidades, diferentes JASS y también les apoyamos con el cálculo de la cuota y de acuerdo con el plan operativo anual que tiene cada JASS”, declara Dory Saldaña.

La cuota familiar permite mantener el buen estado de los sistemas de agua y alcantarillado, lo cual asegura la provisión de agua segura y evita enfermedades como la anemia, desnutrición, parasitosis, COVID-19, entre otros, para el progreso y la calidad de vida de la población rural del país.

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17 de enero de 2022

La historia del agua para consumo humano en el Perú

El 2021, el Perú conmemoró sus 200 años como República. Sin embargo, la historia del uso del agua para consumo humano se remonta desde la aparición y el desarrollo de las primeras culturas autóctonas hasta la actualidad. ¿Cómo se abastecieron los incas cuando no existían tuberías de agua? ¿Sabías que cuando se inauguró la llegada del agua a la Plaza de Armas de Lima, en 1578, hubo una fiesta popular y el alcalde derramó puñados de monedas desde las ventanas del cabildo? ¿Cuándo se fundó la primera planta de potabilización del agua en Lima?





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Lo primero que hizo el inca Túpac Yupanqui, el Resplandeciente, tras retornar al Cusco, luego de un prolongado viaje, fue visitar su Tambomachay, el templo del Tahuantinsuyo construido para rendir culto al agua. Había estado muchas veces ahí, pero siempre se impresionaba por sus muros y terrazas, levantados con piedras robustas pero labradas con fineza y perfectamente ensambladas, producto del trabajo y conocimientos de los más expertos arquitectos incas.

Además, el agua que llegaba desde los manantiales y circulaba por los acueductos le recordaba el origen de todo lo maravilloso que surgía de la tierra y existía en el Tahuantinsuyo.

Entonces, le pidió a su séquito y generales dejarlo solo. Dio unos pasos, acarició las piedras de los acueductos y sintió su fineza que solo experimentaba al tocar la lana de sus vestidos. Luego se inclinó y colocó su mano en la corriente de agua. Sintió su poder transformador, la bendición de los dioses, la vida en su estado más natural. Siguió con la mirada a la corriente de agua y vio que continuaba por una red de canales subterráneos hacia un pozo de piedra. Ahí, como lo hacía en su niñez, volvió a imaginar cómo surgieron sus antepasados desde el lago Titicaca: el origen de todo.




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Tambomachay está ubicado en el Cusco y es considerado un lugar incaico de culto al agua (1). Los incas (aprox. 1438 – 1535 d. C.), como muchas civilizaciones andinas anteriores a ellos, concebían al agua como un ser vivo, divino, creador y transformador (2).

De hecho, muchas leyendas o mitos andinos y amazónicos tienen relación directa con el agua. No en vano, fue en el lago Titicaca donde Wiracocha creó el mundo y desde donde surgieron los primeros incas.

“El acceso al agua y por ende al riego fue tan importante en el ámbito andino como el acceso a la tierra. Los mitos y leyendas narran episodios sobre el inicio de los canales hidráulicos en un tiempo mágico, cuando los animales hablaban (Avila 1966). Las fuentes o puquio surgieron por rivalidades entre célebres huacas que se retaron para medir sus poderes, y orinaron en varios lugares dando lugar a que brotasen manantiales (AAL, Documentos sobre la idolatría). El mar, los lagos, las fuentes fueron venerados por pacarina o lugares de origen de numerosos grupos étnicos. Las lagunas eran consideradas como manifestaciones del mar y origen del agua en general (Sherbondy 1982)” (p. 301), refiere María Rostworowski (3), una de las principales historiadoras del Perú.

Además, muchos templos religiosos, como el principal de la cultura Chavín (1200 a. C. – 200 a. C.), se levantaron en la confluencia de ríos. Y, aún hoy, se celebran fiestas de culto al agua, como la que se realiza en San Pedro de Casta, un pueblo en la sierra de Lima, que ya se practicaban antes de la expansión de la cultura inca en la zona.

Paul Pérez (4), en un artículo sobre canales y abastecimiento de agua, refiere que: “Desde tiempos antiguos, el agua no solo fue vista como un mero recurso para el regadío de cultivos, sino también como un eje de ordenamiento étnico en los valles (Rostworowski 1978, 51). Así pues, basándose en las crónicas, la autora en referencia ubica a curacazgos y señoríos asentados antes de la llegada de los españoles en el territorio de lo que hoy conocemos como Lima Metropolitana. Por otro lado, se ha encontrado que existe una relación entre las conexiones hidráulicas subterráneas y los antepasados; así, por ejemplo, en el lago de Choclococha, se contaba que un antepasado construyó un canal subterráneo que llevó el agua a los pueblos aledaños (Sherbondy 1982, 10). También se menciona que los Incas, en momentos críticos, reorganizaron sus tierras y aguas a lo largo de su historia. Una de estas reorganizaciones se efectuó con base en la sistematización en los ceques. Por lo tanto, las fuentes de agua llegaron a ser huacas principales y fueron incorporados al sistema de ceques como tal”.

En la actualidad, muchas localidades del Perú continúan aprovechando la ingeniería hidráulica desarrollada por culturas autóctonas como Chavín, Nasca, Mochica, Chimú, entre otras, y que fue perfeccionada y expandida por los incas, tanto para la agricultura como para el consumo humano. Por ejemplo, las qochas o reservorios, que almacenan el agua de lluvia; los canales de riego que conducen esa agua; o los camellones o waru waru, que aprovechan el desborde de los ríos y el aumento de los niveles de los lagos. Igualmente, se continúan practicando técnicas de siembra y cosecha de agua, como las amunas, que constituye una técnica ancestral de recarga del agua y favorece al consumo de agua en algunas ciudades (5).

“El agua es, ciertamente, un elemento que activa la reproducción de los principios comunitarios que rigen la vida social. Las actividades en torno al agua generan vínculos sociales, no sólo a través del trabajo, también en relación con las fiestas y ceremonias; refuerzan la cohesión del grupo social. Muestra de ello son también las labores relacionadas a la limpieza de los canales de riego (…). Al finalizar la tarea, se come, bebe y baila durante toda la noche. El trabajo colectivo (minga) y la ayuda mutua (ayni) garantizan, pues, el mantenimiento y conservación de los sistemas hidráulicos comunitarios”, refiere Mailer Mattié (6), en su artículo “Región andina: los Andes, una cultura del agua”, sobre las relaciones que se establecen entorno al agua, antes y en la actualidad.





“Agua del pozo para regar”, según dibujo de Felipe Huamán Poma de Ayala (1534-1615).




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“Cuando fundó Pizarro la ciudad, tenían los vecinos que ocupar un doméstico para que, en grandes cántaros de barro, trajese del río al hogar el refrigerante e imprescindible líquido”, refiere Ricardo Palma (1833-1919), escritor tradicionista en su texto “Los aguadores de Lima”, que recoge Wilfredo Kapsoli (7), en el que describe a quienes debían trasladar el agua en las primeras ciudades, aún sin tuberías, que iban siendo fundadas por los españoles tras la caída del Tahuantinsuyo.

Lima, actual capital del Perú, fue fundada el 18 de enero de 1535 por Francisco Pizarro y elegida su lugar definitivo de establecimiento por, entre otros motivos, sus buenas condiciones como poseer abundante agua que llegaba por el río Rímac.

“Tan luego como la trata de negros se generalizó, las personas acomodadas quisieron consumir mejor agua que la del cauce del río, y mandaban un esclavo, caballero en un asno, que sustentaba un par de pipas, a proveerse de agua clarísima de la Piedra Lisa y de otras vertientes vecinas a la ciudad”, añade Palma (7) e indica que los aguateros “se anunciaban con el tintineo de una campanilla” que sonaba a cada paso de su asno o mula.

Algunas acuarelas de Pancho Fierro (1809-1879), pintor peruano, nos grafican cómo eran los aguateros, generalmente afrodescendientes y siempre acompañados de sus cántaros de madera y animales de carga que usaban para trasladar el agua hasta las casas de los primeros vecinos de Lima.



Acuarelas de Pancho Fierro sobre los "aguateros"


Según los registros, el consumo del agua tras la caída del Tahuantinsuyo se realizó desde el cauce de los ríos, como el Rímac (o de sus bocatomas) en Lima o el Chili en Arequipa, hasta que se empezaron a construir acueductos y cañerías que llevaban agua desde La Atarjea hacia pilones y pilas establecidos en la Plaza de Armas, en el caso de la capital, y luego en conventos y casa de autoridades.

Lilia Córdova (8), en un artículo titulado “Entre aguateros y camiones: la historia del agua en Lima” (2014), refiere que: “aunque hoy parezca increíble, hasta 1552 los limeños tomaban agua directamente de las orillas del río Rímac. A partir de ese año las autoridades empezaron a buscar otras fuentes de agua limpia, como los manantiales de La Atarjea, donde, en 1563, se construyó el primer acueducto para dotar de agua a la pileta de la Plaza de Armas y algunos conventos. Casi tres décadas después, el agua llegó a dichos lugares”.

Fue el 15 de enero de 1552 que el Ayuntamiento trató por primera vez de iniciar las obras para utilizar el agua limpia de los manantiales de La Atarjea, indica un libro editado por Sedapal (9), la empresa de agua de Lima, y redactado por Manuel Valencia Carpio.

El historiador Juan Luis Orrego (10) cuenta que “fue durante el gobierno del virrey Conde de Nieva que se decidió aprovechar los manantiales o puquios de La Atarjea, lugar pantanoso situado a 6 kilómetros de la Plaza de Armas, al pie de los cerros Santa Rosa y Quiroz. La inversión fue de 20 mil pesos para las excavaciones y tendido de cañerías de arcilla. Los trabajos se iniciaron en 1563, con la construcción del primer acueducto desde La Atarjea a la antigua pila de la Plaza de Armas y las de algunos conventos, como el de San Francisco. La obra se financió con la Contribución de la Sisa (“sisa”: impuesto o estanco). Este sistema de agua tenía una longitud aproximada de 12 kilómetros. Su recorrido se iniciaba en La Atarjea (donde, según dice, iba a bañarse La Perricholi). El sistema recorría la galería Tambo Real, seguía por el antiguo Camino Real, cruzaba Riva-Agüero, continuaba por la Puerta de Maravillas, Anchieta y el jirón Junín hasta dirigirse a la pileta de la Plaza de Armas”.

Orrego (10) agrega que cuando se inauguró la llegada del agua a la pila de la Plaza de Armas de Lima, el domingo 21 de diciembre de 1578, durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo, hubo una gran celebración y hasta saludos de arcabucería. “Cuentan los documentos que hubo fiesta popular, presidida por el Virrey, música, baile y corridas de toros en la misma plaza. El alcalde de entonces, Juan de Cadalso Salazar, derramó puñados de monedas de plata desde las ventanas del Cabildo. Los gastos en las celebraciones ascendieron a 100 pesos de plata”.

Manuel Valencia (9) detalla que en La Atarjea se construyó un depósito que recibía en abundancia las aguas del manantial y recibió el nombre de Caja Real. “Era un edificio que encerraba entre paredes los manantiales donde se iniciaba un canal o acueducto de ladrillo y cal, abovedado, que en la ciudad se transformaba en una matriz principal formada por tubos de barro cocido, que terminaba en la pila de la Plaza Mayor”.

Hacia 1613, se tiene registro de 5 pilas públicas en Lima que abastecían a autoridades, iglesias y vecinos notables.

“Entre las instituciones que recibieron agua por primera vez tenemos: el Convento de San Francisco, el Convento de Santo Domingo, el Tribunal de la Santa Inquisición, el Monasterio de la Concepción, la Iglesia de San Pedro, el Convento de San Agustín, el Convento de La Merced, la Plazuela de San Marcelo, la Alcaldía, la Catedral y el actual Palacio de Gobierno. Como dato adicional, se puede mencionar que no existía restricción al consumo y el agua podía mantenerse corriente todo el día, como sucedía en las pilas y piletas públicas (Bromley y Barbagelata 1945, 42). Ahora bien, el frágil material de las cañerías ocasionaba que en muchos lugares se saliera el agua, lo que aumentaba la humedad del suelo y, asimismo, que el agua en las cañerías se contaminara por las acequias de la ciudad que se extendían en sus proximidades (Middendorf, 1974:416)”, señala Pérez (4).

Palma indica, en el artículo de Kapsoli (7), que “después que en 1650 se erigió, con gasto de ochenta mil pesos, la pila monumental, que aún perdura en la Plaza Mayor, se asociaron quince o veinte negros libertos organizando un gremio para proveer de agua a los vecinos, asignando el precio de medio real de plata por cada viaje. Un viaje de agua constaba de dos pipas”.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la fundación de otras ciudades y el aumento poblacional estas infraestructuras y sistemas fueron insuficientes.


La Plaza de Armas de Lima a inicio de 1900, con la pila monumental, que se conserva hasta nuestros días.


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“Durante los primeros años de la república, los limeños siguieron haciendo uso de la primitiva red de distribución de agua, de las pilas y pilones públicos, del servicio de los ‘aguadores’ y de algunos pozos excavados dentro de los límites de la ciudad. Un hecho importante ocurrió en 1834 cuando, a través de un contrato suscrito con el gobierno de Orbegoso, el inglés Thomas Gill reemplazó las antiguas tuberías de arcilla por otras de fierro, en el tramo entre la Caja de Santo Tomás y la pila de la Plaza Mayor. Sin embargo, el empleo de estas tuberías recién se intensificaría en la segunda de este siglo”, indicó Orrego (10).

La proclamación de la Independencia del Perú, el 28 de julio de 1821, y el inicio de la etapa republicana del país significó el inicio de algunas obras que mejoraron y ampliaron el abastecimiento de agua para consumo humano.

Valencia (9) indica que durante el primer gobierno de Ramón Castilla se inició el mejoramiento de los sistemas de agua. “El 4 de abril de 1846 se publicó en el diario oficial El Peruano un aviso invitando a los interesados presentar propuestas para la construcción de tuberías que reemplacen al antiguo conducto colonial que abastecía de agua al puerto del Callao. Las tuberías podían ser de hierro, cal y ladrillo. Fue así que el 11 de noviembre de 1846 el Gobierno suscribió contrato con Guillermo Wheelwright, quien se comprometió a instalar cañerías que incluía conceder facilidades para la provisión de agua a casas particulares”.

Hacia 1850 se podían contabilizar 27 pilas y pilones que abastecían puntos importantes de Lima. Posteriormente, se promovió la construcción de reservorios y pozos de agua, la instalación de bombas y se ejecutan trabajos de ampliación en La Atarjea, según Orrego (10). Pérez (4) indica que recién en 1856 las cañerías de barro serían cambiadas por las de metal y Córdova (8) da cuenta que “en 1884, 150 mil limeños consumían 32 millones de litros de agua por día. Sin embargo, su calidad era pésima y causaba enfermedades estomacales”.

En 1893, Lima tenía una población de 115 mil habitantes, pero toda la ciudad no tenía cobertura (en El Callao se abastecían de un estanque). La población y las ciudades continuaron creciendo, por lo tanto, la demanda de agua para consumo humano y que sea de calidad, así como la disposición para el tratamiento adecuado de las aguas residuales.

“El agua proveniente de La Atarjea era producto de filtraciones, buena parte de la cual tenía su origen en acequias de regadío (como las del “río” Surco), y desde su captación, hasta su destino final, no tenía ningún tipo de tratamiento que la hiciera apta para el consumo humano. Para colmo de males, entre la población ni siquiera se había generalizado la costumbre hogareña de “hervir agua”, indica Orrego (10).

En ese contexto, el 19 de mayo de 1917, se inauguró en La Atarjea una planta de clorinación, la primera en el Perú. “Se empleó el sistema de aplicación directa del cloro gaseoso, instalándose la planta en una antigua casa de aforos, que se había construido a la salida de las aguas de La Atarjea” (9).

“En 1917, el alcalde del Concejo Provincial de Lima y presidente de la Junta Municipal de Agua Potable, Luis Miró Quesada de la Guerra, inauguró la primera planta de clorinación, lo que garantizó la purificación de las aguas. Inicialmente la población se mostró escéptica. El joven alcalde no se detuvo y mandó a ejecutar las obras. Sin avisar a los vecinos, se puso en funcionamiento la planta. De esta forma los desconfiados limeños se convencieron de que el agua no era dañina”, reseñó Córdova (8).

En adelante, además se fueron creando instituciones destinadas a mejorar su suministro, así como normativa para su ordenamiento, como la Ley de Saneamiento de 1920, que expropió todas las empresas de agua de la República y constituyó la Junta del Agua Potable de Lima. “Ese mismo año, la municipalidad entregó a The Foundation Company (empresa inglesa) la administración del servicio de agua potable para la ejecución de obras inglesas” (9).

Años después, en 1930, la Dirección de Obras Públicas del Ministerio de Fomento asume el control del servicio de agua en la capital.

En tanto, el 6 de setiembre de 1955, durante el gobierno de Manuel A. Odría, se suscribió un contrato con la Sociedad Degrémont de Francia para ejecutar, el diseño, equipamiento y construcción de la primera planta de tratamiento de agua en La Atarjea, que fue inaugurada el 23 de julio de 1956.

“Hasta el año 1962, los servicios de agua potable y saneamiento en Lima fueron provistos por, primero, el Consejo Superior de Agua Potable de Lima y luego por la Junta Municipal de Agua Potable de Lima. En 1962, nace la Corporación de Saneamiento de Lima (COSAL), que en 1969 se convirtió en la Empresa de Saneamiento de Lima (ESAL). Finalmente, en el año 1981, en una nueva restructuración se creó el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima (Sedapal)”, indica Lidia Oblitas (12), en su libro “Servicios de agua potable y saneamiento en el Perú: beneficios potenciales y determinantes del éxito”.

En el ámbito rural, los servicios de saneamiento estuvieron a cargo de la Dirección de Saneamiento Básico Rural (Disabar) del Ministerio de Salud hasta finales de la década de 1980. “Según la Ley General de Saneamiento Básico Rural de 1962, la infraestructura construida se entregaba a las juntas administradoras, organizaciones comunales responsables de administrar y operar los sistemas. Disabar organizó sus actividades a través de 17 oficinas de saneamiento básico rural distribuidas por todo el país, que desarrollaron las actividades de promoción de la comunidad, construcción de la infraestructura y la posterior asesoría técnica y supervisión de las juntas. A fines de los años ochenta, estas oficinas pasaron a depender de las secretarías de asuntos sociales de los gobiernos regionales”, agrega Oblitas (12). Luego se estableció que, para el ámbito rural y de pequeñas ciudades, son las municipalidades distritales las responsables de promover los servicios de saneamiento.

El 12 de junio de 1981, mediante Decreto Legislativo n.° 150, se crea el Servicio Nacional de Abastecimiento de Agua Potable y Alcantarillado (Senapa), con responsabilidades rectoras, reguladores y de prestación de los servicios. Senapa reemplazó a la Dirección General de Obras Sanitarias y absorbió a las empresas de Lima, Arequipa y Trujillo; así, quedó integrada por empresas filiales, ubicadas en los principales departamentos y unidades operativas.

“Senapa se convirtió en una empresa matriz integrada por 15 filiales y alrededor de 10 unidades operativas que funcionaban a lo largo del país; una de estas filiales fue el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima (Sedapal), que se creó a partir de la Empresa de Saneamiento de Lima (Esal). Senapa, aún con un modelo centralista, estableció una nueva modalidad respecto a los servicios de saneamiento: mientras que Obras Sanitarias daba prioridad a la construcción de instalaciones, Senapa dejó de centrarse en la infraestructura y más bien buscó mejorar el servicio y la calidad del agua”, se lee en el libro “La calidad del agua potable en el Perú” (11).

Pero es a inicios de la década de 1990 cuando se realiza una reforma del sector saneamiento. En abril se dispuso la transferencia de las empresas filiales y unidades operativas de Senapa a los gobiernos provinciales y distritales, con excepción de Sedapal, la empresa de agua de Lima y Callao hasta la actualidad.

“En abril de 1990 se dispuso la transferencia de todas las empresas filiales y unidades operativas de Senapa a las municipalidades provinciales y distritales. Esta disposición determinó que Senapa se convirtiera en una empresa encargada exclusivamente de brindar asistencia técnica a dichos gobiernos. En junio de 1992, el Ministerio de la Presidencia, por medio de una ley orgánica de emergencia, absorbe a Senapa, y a fines del mismo año se crea la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (Sunass)” (11).

“El 24 de julio de 1994, se promulga la Ley N° 26338, Ley General de Servicios de Saneamiento, que recoge las políticas generales y las estrategias y objetivos del sector. Bajo este nuevo marco legal, en base a las empresas filiales y unidades operativas ya existentes, se organizan a nivel nacional 45 empresas como sociedades anónimas [que luego aumentarían a 50], 44 de las cuales son municipales, cuyo accionariado es de propiedad de los gobiernos locales a nivel provincial y distrital, y una, Sedapal, mantiene su estatus de empresa pública de propiedad del Gobierno Central”, complementa Oblitas (12).

Los retos en el sector aún son muchos. Según las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 88.7 % de la población nacional consume agua proveniente de la red pública y el 81.1 % elimina las excretas mediante la red pública de alcantarillado. En tanto, existen 50 empresas de agua que brindan los servicios de saneamiento en el ámbito urbano del país y más de 24 mil organizaciones comunales que lo hacen en los ámbitos de pequeñas ciudades (con población entre 2 mil y 15 mil personas) y rurales (con menos de 2 mil personas), lo que muestra la compleja situación para la prestación de los servicios de saneamiento en el Perú.


Planta de tratamiento de agua potable de La Atarjea de Sedapal.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

(1) Intur Machupicchu (s.f.). Tambomachay: Templo de culto al agua. https://inturmachupicchu.com/tambomachay-templo-de-culto-al-agua/

(2) Comunidad Andina. El agua en los Andes. Un recurso clave para el desarrollo e integración de la región. Lima, 2010. URL: https://www.comunidadandina.org/StaticFiles/OtrosTemas/MedioAmbiente/AGUA_DE_LOS_ANDES.pdf

(3) Rostworowski, María (1999). Historia del Tahuantinsuyo. 2ª. ed. Lima, IEP.

(4) Pérez, Paul (2010). Canales, abastecimiento de agua y sistemas de irrigación en Lima: el caso del Canal Huatica. Rev. Arqueología y Sociedad (N° 22), 249-260. URL: https://revistasinvestigacion.unmsm.edu.pe/index.php/Arqueo/article/view/12302/11007

(5) Guimac, Magdalena., Tamariz, Antonio., Bernex, Nicole., Castro, Juan Carlos. Agua y sociedad. URL: https://ciga.pucp.edu.pe/wp-content/uploads/2017/09/7.-CAP%C3%8DTULO-7.pdf

(6) Mattié, M (25 de mayo de 2007). Los Andes: una cultura del agua. América Latina en movimiento. URL: https://www.alainet.org/active/17770

(7) Kapsoli, W. (2016). Apostillas de Ricardo Palma a las acuarelas de Pancho Fierro. Aula Palma, (13), 233-266. URL: https://doi.org/10.31381/test2.v0i13.135

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