9 de agosto de 2020

Microrrelato: Espacio en la ciudad


Tras seis asambleas, teníamos que decidir el destino de la huaca del barrio. Décadas atrás, cuando llegaron nuestros abuelos de provincia, la huaca simbolizaba el poderío de una antigua civilización. Pero nacieron nuestros padres y luego nosotros: el espacio se redujo y todos miraron ese montículo de tierra como espacio para construir nuevos edificios. La votación empezó temprano. Primero lo hicieron quienes querían la demolición, pero no esperaban el último esfuerzo de mi abuelo, quien abanderaba su conservación y convenció a su patota –los muchachos a quienes nos adiestró sobre cómo conquistar nuestras enamoradas– para que votáramos por conservar nuestra huaca.

Huaca Colli, Lima. Imagen: Internet.



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7 de agosto de 2020

Gastón Acurio está aburrido y otros dichos pandémicos


Gastón Acurio vivía aburrido entre libros de Derecho mientras saboreaba mentalmente qué sabor obtendría si mezclaba lo novoandino con la alta cocina. “Ya vuelvo”, dijo al promediar la una de la tarde, para irse a almorzar –pequeña premonición–, en su primer día como practicante de abogado, pero jamás retornó a la oficina que lo esperaba para sazonarlo en leyes. El resto es historia recocinada: no paró hasta convertirse en nuestro político más querido sin la necesidad de hacer política. Pero, para ello, Acurio Jaramillo se cuestionó lo que ahora nos preguntamos todos los que estamos confinados entre cuatro paredes por un virus de insospechadas consecuencias: ¿la vida que hemos llevado ha valido la pena?, ¿hemos notado lo verdaderamente importante? 

Gastón Álvaro Acurio Jaramillo
Gastón Álvaro Acurio Jaramillo. Imagen: Internet.

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Es 31 de diciembre y Ludo está aburrido y con sed, redactando un recurso de embargo, en una oficina de la avenida Arequipa, cuando lanza un gemido poderoso, “como el que dan los ahorcados, los descuartizados”. Ludo ha sudado y bostezado, así, los últimos tres años, “en plena juventud”, en la novela “Los Geniecillos Dominicales” de Julio Ramón Ribeyro. La ficción, que nunca decepciona como la realidad, evidencia, en cierto modo, los efectos de estas semanas en las que nos cuestionamos todo, desde si hemos abrazado tanto como deseamos y necesitamos, hasta si lo que hacemos en el día a día es verdaderamente transcendental. 

Julio Ramón Ribeyro Zúñiga. Imagen: Internet

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Se cumplía la tercera semana del aislamiento cuando una ráfaga de mensajes llegó vía WhatsApp: había sido incorporado en el grupo de exalumnos de la primaria. Saludos y recuerdos se mezclaron con memes y stickers hasta que sucedió lo que estábamos esperando, pero nadie deseaba: las fotos del anuario en el que nos proyectábamos, en la inocencia de nuestros diez años, sobre lo que seríamos de adultos. Veinte años después estábamos ahí, destrozados, frente a nuestros sueños de estudiantes. 

¿Es posible, acaso, que Roberto Gómez Bolaños se haya aburrido algún minuto mientras interpretaba al Chavo del 8, el Chapulín Colorado o el Chompiras? ¿Cuándo Gabriel García Márquez estuvo encerrado creando “Cien años de soledad” pensó en la posibilidad de abandonar la genealogía de esa mágica familia? ¿Hubo alguna ocasión en la que Diego Armando Maradona quiso abandonar a su selección mientras disputaba el mundial de fútbol de México 1986?

Diego Armando Maradona. Imagen: Internet.

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Había salido del trabajo sin notar que olvidaba las llaves de la casa. Era la tarde del viernes 13 de marzo, dos días antes de decretarse la emergencia nacional en el Perú y, por ende, el aislamiento social obligatorio. En las calles aún se respiraba, de alguna forma, confianza, pues mirábamos con lejanía a ese virus –aunque ya se iba propagando por la ciudad. 

Casi nueve semanas después trato de recordar cada minuto de ese día: acaso el último de lo que antes considerábamos una vida normal. Rememorarlo me devuelve a las pequeñas rutinas poco valoradas de esos días: saludar a los vigilantes del camino –cada día con una nueva frase cargada de humor–, disputarse con los compañeros de oficina –entre bromas cargadas de ironía– el primer lugar para calentar el almuerzo en el trabajo, comentarle al vendedor de periódicos que las portadas de los diarios deportivos del país escapan a cualquier género periodístico y pertenecen a una especie de realismo mágico. 

“A la próximo lo bajamos”, dijo alguien en el bus del Metropolitano en el que retornaba a casa, tras escucharse un estornudo, ese viernes 13 de marzo. Sonrisas escondidas vinieron después, en un vehículo casi repleto de gente que aún se sentía libre y que ahora camina con mascarillas, ojos vigilantes que sospechan de todos y de nadie y cuyas miradas escoden un futuro incierto. 

“Extraño dar abrazos” leí en un tuit, hace unos días. Por entonces escuché que hay una fuerza potente cuando nos damos un abrazo, al margen de a quién sea y en qué contexto, tanto si es a un familiar durante un cumpleaños o a un extraño en medio de la vorágine por celebrar un gol de Edison Flores. 

Dar un abrazo. Ese viernes 13 de marzo llegué temprano a casa, temeroso de tener que esperar en la puerta, pues no tenía las llaves de la casa. Sin embargo, a diferencia de otros días, solo yo faltaba de todos los miembros de la familia. Alguna broma se cruzó con los saludos. “Dijiste que llegabas a las diez” –se sorprendió mi madre. “A las diez para las siete” –me justifiqué.



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6 de agosto de 2020

Edison Flores y el gol decisivo


Van 72 minutos y 15 segundos del partido, cuando Edison Flores recibe el balón de un jugador ecuatoriano en el estadio Atahualpa de Quito, el 5 de setiembre de 2017. Entonces, durante los siguientes 5 segundos, tocará la pelota 7 veces, siempre con su chimpún izquierdo color rojo, mirará en dos oportunidades a la derecha, buscando una opción de pase, dará 5 pasos y disparará al arco, a las 5:27 p. m. Nada evitará, ni el arquero ni los tres jugadores contrarios que lo rodean, que el balón se cobije en la malla del arco y convierta el decisivo gol que llevó al Perú al mundial Rusia 2018.


El gol con la narración de Daniel Peredo. 




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