24 de diciembre de 2010

Alexandre Dumas y Mario Vargas Llosa: prohibido enamorarse


Entre las cuadras y esquinas en donde se ejerce el mundo de la prostitución -como el periodismo- existe una ley "no escrita": está prohibido enamorarse. Las prostitutas no pueden desplegar placer, sino simularlo. Como toda ley, si es transgredida, acarrea consecuencias, cuando no sufrimiento.

Esta historia tiene tanto de verdad como de dolor, espiritual y corporal. Una aventura desenfrenada entre Armand Duval (Alexandre Dumas) y Marguerite Gautier (Marie Duplessis, en la realidad, una joven que tuvo varias relaciones con distintas personas).

Marguerite -una prostituta, por si no quedó claro- vivió un amor profundo, por el que sufrió y por el que murió (las prostitutas como entes deshumanizadores pueden destruir, pero también destruirse). 

Ambos son personajes de la novela La dama de las camelias de Alexandre Dumas. En la obra, Dumas -hijo- se inspira en un romance pasado (una experiencia situada en París, alrededor de 1840).

Como todo inicio de relación, el amor entre ambos pasa por etapas: primero es estético. A juzgar por las descripciones que hace Armad de Marguerite, sería imposible no enamorarse:
Alta y delgada hasta la exageración, poseía en sumo grado el arte de hacer desaparecer aquel olvido de la naturaleza con el simple arreglo de las ropas que vestía... La cabeza, una maravilla, era objeto de una particular coquetería. Era muy pequeña, y su madre, como diría Musset, parecía haberla hecho así para trabajarla con esmero... En un óvalo de una gracia indescriptible, colocad dos ojos negros coronados por cejas de un arco tan puro, que parecía pintado; velad esos ojos con largas pestañas que, al bajar, proyecten sombra sobre la tez rosada de las mejillas; trazad una nariz fina, recta, graciosa, con ventanillas un poco abiertas por una ardiente aspiración hacia la visa sensual; dibujad una boca regular, cuyos labios se abran con gracia sobre unos dientes blancos como la leche... Los cabellos, negros como el azabache, natural o artificialmente ondulados, se abrían sobre la frente en dos abundosos bandós y se perdían hacia la nuca, dejando ver los lóbulos de las orejas... Nos vemos obligados a constatar, sin comprenderlo, cómo la ardiente vida de Marguerite conservaba en su rostro la expresión virginal, incluso infantil, que la caracterizaba.
De aquella inicial atracción superficial se pasó al amor profundo (con rasgos de piedad y compasión). Sin duda, una maestría en el manejo del discurso amoroso:
Pues que desde que la vi, no sé cómo ni por qué, ha ocupado usted un sitio en mi vida; que, por más que he intentado arrancar su imagen de mi pensamiento, vuelve una y otra vez; que hoy, cuando he vuelto a encontrarla, después de haber estado dos años sin verla, ha adquirido usted sobre mi corazón y mi cabeza un ascendiente aún mayor; y, en fin, que ahora que me ha recibido, que la conozco, que sé todo lo quede extraño hay en usted, se me ha hecho indispensable, y me volveré loco no sólo si no me ama, sino si ni siquiera me deja amarla.
El Nobel de Literatura 2010 diría al respecto: "Francia es Marguerite. Ella lo hace todo, y todo lo hace bien".

A propósito de Mario Vargas Llosa y de relaciones tormentosas, encaja en el tema la historia de Ricardo y Lily -personajes de su novela Travesuras de la niña mala-. Lily, el personaje principal, y, sin dudas, uno de los más complejos que he leído -lo cual, sinceramente, no es mucho- evidencia, en sus acciones, la necesidad de vivir en riesgo, de satisfacer su espíritu aventurero, su personalidad pragmática e inquieta y convivir con el peligro: todos los rasgos de una vida vacía y carente de identidad; lo que en algunos pasajes se traduce en egoísmo -aunque nunca adrede, siempre son travesuras de una niña inocente-. 

Él la desea y se lo demuestra con todo lo humano posible. Ella solo quiere vivir, no sentirse aprisionada, jamás caer en rutina, vivir con todas las comodidades que su belleza le permite: nunca está satisfecha. En pocas palabras: la historia de una sádica y un masoquista. Unas líneas de este indescifrable amor:
Me dejé caer de rodillas y le rogué que se casara conmigo, mientras besaba sus pies, sus tobillos, sus rodillas, acariciaba sus nalgas, y  la comparaba a la Virgen María, a las diosas del Olimpo, a Semíramis y a Cleopatra, a la Nausíacaa de Ulises, a la Dulcinea del Quijote y le decía que era más bella y deseable que Claudia Cardinale, Brigitte Bardot y Catherine Deneuve juntas. Por fin la cogí de la cintura y la obligué a tumbarse en la cama. Mientras la acariciaba y amaba, la sentí reírse, a la vez que me decía el oído: "Lo siento, pero he recibido mejores peticiones de mano que la suya, señor pichiruchi".
Pero volvamos a la primera historia: la de Armand y Marguerite, de la cual no quise obviar el siguiente discurso -uno de más sinceros y precisos que he leído sobre el amor-:
Difícilmente podría darle detalles de nuestra nueva vida. Se componía de una serie de chiquilladas, encantadoras para nosotros, pero insignificantes para cualquier persona a quien yo se las contara. Ya sabe usted lo que es amar a una mujer, ya sabe cómo se acortan los días y con qué amorosa pereza se deja uno llevar al día siguiente. No ignora usted ese olvido de todas las cosas, que nace de un amor violento, confiado y compartido. Toda criatura que no sea la mujer amada parece un ser inútil en la creación. Uno lamenta haber arrojado ya parcelas del corazón a otras mujeres, y no entrevé la posibilidad de estrechar jamás otra mano distinta de la que tiene entre las suyas. El cerebro no admite trabajo ni recuerdo, nada que pueda distraerlo del único pensamiento que se le ofrece sin cesar. Cada día descubrimos en nuestra amante un encanto nuevo, una voluptuosidad desconocida.
Armand nunca se cansó de defender la honorabilidad de Marguerite. La amó después de muerta y por ello escribió esta historia, para defenderla de los ataques recurrentes de los sectores más cucufatos y conservadores de aquella sociedad (lamentablemente, tan parecida a la nuestra).

Finalmente, Aristóteles decía: "El verdadero amor solo se da entre  personas virtuosas".


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16 de diciembre de 2010

Once guerras ha tenido el Perú, por Manuel Scorza

Un relato de la cronivela Redoble por Rancas (1970) de Manuel Scorza Torres [Lima 1928 - Barajas (España) 1983]: peruano de imprescindible lectura.
  1. La guerra de 1827 con Bolivia la ganamos. El paseo por el Titicaca lo pagaron los perdedores.
  2. La guerra de 1828 con la Gran Colombia la perdimos: un general que llegó a Presidente traicionó a otro general.
  3. La guerra de 1838, de nuevo con Bolivia, la perdimos.
  4. La guerra de 1837 contra los chilenos la ganamos, pero el Perú permitió al cercado ejército chileno retirarse íntegro, entre marchas triunfales.
  5. La guerra de 1839, de nuevo con Chile, la perdimos: claro que entre los vencedores formaban dos futuros presidentes del Perú, Castilla y Vivanco.
  6. La guerra de 1841, de nuevo con Bolivia, la volvimos a perder: alguien le disparó por la espalda al Presidente Gamarra en plena batalla de Ingaín.
  7. La guerra de 1859 la ganamos sin disparar un tiro. Ecuador pagó el pato: se acordó que el perdedor pagara el paseo por Guayaquil, pero inexplicablemente el Perú proporcionó dinero, vituallas y equipo.
  8. La guerra de 1879, iluminada por la solitaria antorcha del "Huáscar", la perdimos.
  9. La guerra de 1930, con Colombia, la perdimos. Presentimientos amargos trotaban con la lengua fuera. Pero entre 1900 y 1911 en el Putumayo se entregaron 4 000 toneladas de caucho a costa de 30 000 huitotos. Buen precio entre siete vidas por tonelada.
  10. La guerra de 1941 con Ecuador la ganamos: tres paracaidistas tomaron Puerto Bolívar. 
Ocho guerras perdidas con el extranjero; pero, en cambio, cuántas guerras ganadas contra los propios peruanos. La no declarada guerra contra el indio Atusparia la ganamos: mil muertos. No figuran en los textos. Constan, en cambio, los sesenta muertos del conflicto de 1866 con España. El 3° de Infantería ganó solito, en 1924, la guerra contra los indios de Huancané: cuatro mil muertos. Esos esqueletos fundaron la riqueza de Huancané: la isla de Taquile y la isla del Sol se sumergieron medio metro bajo el peso de los cadáveres...

En 1932, el Año de la Barbarie, cinco oficiales fueron masacrados en Trujillo: mil fusilados pagaron la cuenta. Los combates del sexenio de Manuel Prado también los ganamos: 1956, combate de Yanacoto, tres muertos; 1957, combates de Chin-Chin y Toquepala, doce muertos; 1958, combates de Chepén, Atacocha y Cuzco, nueve muertos; 1959, combates de Casagrande, Calipuy y Chimbote, siete muertos. Y en los pocos meses de 1960, combates de Paramonga, Pillao y Tingo María, dieciséis muertos.

Las líneas superiores pertenecen a Redoble por Rancas de Manuel Scorza.

Obra que no solo destaca por su literatura social y activismo ideológico, también porque maneja con genialidad y precisión el discurso irónico. La claridad de subvertir las oraciones y manejar los dobles sentidos en frases como: "En el Perú existen dos clases de problemas, los que se solucionan solos y los que no se solucionan nunca" (una crítica soterrada y terrible a la participación del Estado en la solución de los problemas). Cruel.

No con menor maestría trabaja el discurso onírico (los significados y los significantes). Elementos como la coca, el maíz, la lechuza o los sueños son aspectos que solo entendiendo en su contexto dan la posibilidad de comprender a cabalidad el mensaje de la obra.
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10 de diciembre de 2010

En el juego de la vida: el fútbol nuestro de cada día


En la memoria de los pueblos sobreviven, a pesar del trascurso de los años, heroicas batallas e inolvidables partidos. De la remembranza colectiva resurgen épicos encuentros deportivos, que con inevitables exageraciones y añadiduras en el relato de generación a generación, adquieren el carácter de leyendas y mitos populares.

En sociedades como la nuestra, el fútbol acapara esa necesidad colectiva de crear historias y alimentar el espíritu grupal, entre otras funciones que hacen del balompié una pasión.

Mario Vargas Llosa, uno de los tantos casos de literatos enamorados del fútbol, menciona en su ensayo Los 11 titulares que el fútbol es necesario para la sociedad pues de él se extraen los ídolos que todo pueblo necesita. Todas las sociedades vanaglorian héroes contemporáneos sean estos políticos, militares, actores o deportistas, siendo estos últimos los más inofensivos a quienes se les puede conferir la terrible y peligrosa arma que da el poder de la idolatría. Además que el culto al jugador dura en tanto éste demuestre talento, el cual, inevitablemente, se desvanece con el paso de los años, perdiendo la alabanza, que en las tribunas está muy cerca de los silbidos, referiría el autor de Conversación en La Catedral.

Mario Vargas Llosa, hincha crema.

Entretenerse o emocionarse son legítimos derechos que merecen disfrutar los pueblos y que encuentran en este prodigioso fenómeno contemporáneo, aunque, algunos, lo cuestionen aduciendo que enajena y desvincula de los asuntos importantes. Sin embargo, no debemos olvidar que el fútbol, como todo deporte o espectáculo placentero, es efímero, momentáneo y sus consecuencias se desvanecen al igual que las emociones, añade el mismo autor.

Roberto de Mata, antropólogo brasileño, sostiene que en el fútbol se ve representada una sociedad ideal. "En el fútbol, el público ve representada una sociedad modelo, a la que gobiernan leyes claras y sencillas, que todos comprenden y acatan y que, al violarlas, entrañan para el culpable castigo inmediato. Además de justa, una cancha de fútbol es un espacio igualitario, que excluye todo favoritismo o privilegio", refirió también Vargas Llosa en una columna para El Comercio, a propósito del mundial España 82'.

"Aquí, en este césped marcado por la tiza, cada cual vale por lo que es, por su destreza, empeño, ingenio y eficacia. Ni el apellido ni el dinero ni las influencias cuentan lo más mínimo para meter goles y merecer los aplausos o silbidos de las tribunas. El jugador de fútbol, por otra parte, ejercita la única forma de libertad que la sociedad puede ofrecer a sus integrantes, so pena de desintegrarse: la de hacer todo lo que quieran que no esté explícitamente prohibido por unas reglas que todos aprueban", agregó en su texto el Nobel de Literatura.

El fútbol es la metáfora misma de la sociedad. Es difícil imaginar un noticiero o un diario sin notas deportivas. Los equipos locales son asunto de Gobierno.

Ryszard Kapuscinski, en su libro de reportajes La guerra del fútbol, describe, al punto de estremecer, las repercusiones sociales, políticas y territoriales que sucedieron debido al resultado del encuentro entre las selecciones de Honduras y El Salvador. Tal rivalidad, aumentada por el deseo de alcanzar un cupo al Mundial de México 1970, llegó a los extremos de ocasionar una guerra entre dos pueblos fronterizos y hermanos. Aunque las verdaderas causas del conflicto van más allá del ámbito futbolístico, la pasión por este deporte, muchas veces, desborda la coherencia lógica del pensamiento y el accionar humano.

Honduras versus El Salvador.

Albert Camus sostenía que todo lo que sabía sobre los hombres se lo debía al fútbol. El fútbol, y quizá algún otro deporte, nos da la posibilidad de comprender y estudiar, no solo al hombre, también a la sociedad a partir de los estilos de juego que desarrollen sus equipos.

Cualquier especialista -es decir, cualquier hincha- reconoce en el fútbol escuelas que caracterizan el juego de los equipos. Se pueden identificar dos de las cuales emergen varias sub-escuelas con pequeñas y particulares variaciones.

La primera se reconoce por desarrollar un fútbol romántico: sus equipos practican partidos vistosos, toques de balón armoniosos, construyen paredes y elaboran jugadas que dan espectáculo y se mezclan con sus danzas autóctonas.

Y es que el fútbol, según Vargas Llosa: "Expresa de manera privilegiada la aptitud creadora de sus gentes, la alegría, la picardía, el ritmo, la sensualidad y la gracia, esas virtudes que están, también, tan vivas y actuantes en su música. He sido siempre un admirador fervoroso del fútbol brasileño, porque es un fútbol que tiene tanto de espectáculo y de rito, de fiestas y de danza, como tiene de deporte".

Es el estilo distintivo del juego sudamericano, en general. Acá, ya sea por el clima o música, se disputan juegos alegres, vistosos y del agrado de los espectadores.

La segunda escuela es la del fútbol pragmático. Se diferencia porque prioriza los resultados antes que el juego. No importa cómo, así sea mediante un partido metódico o esquematizado. Se puede relacionar, aunque no generalizar, con el fútbol europeo, en donde se priorizan los hechos inmediatos. Ser exactos, fríos en el procedimiento.

Declaración de amor en la Copa Perú, fútbol macho. Foto: DeChalaca.

Los pueblos se expresan de diversas formas. Por ejemplo, los peruanos, ubicados en la primera escuela y con variantes propias de nuestra forma de actuar, basamos nuestro juego, a parte de la alegría, en la "criollada", el toque de balón, por ratos excesivo, y, ante todo, la creatividad, virtud tan desarrollada que también se manifiesta en nuestra comida.

"La creatividad de los peruanos, por ejemplo, se ha volcado extraordinariamente en la cocina, nuestros platos, guisos, salsas, condimentos, ingredientes, revelan una fantasía y una audacia especulativa tanto más sorprendentes cuanto que somos un país pobre, donde mucha gente come mal y alguna no come", apuntaría Vargas Llosa en otra columna para El Comercio.

Jorge Valdano, talentoso exjugador argentino quien destacó en las filas del Real Madrid, mencionaría, tal vez con un poco de acierto, que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes. Sin embargo, no se discute su influencia en nuestra sociedad. Para los peruanos, el balompié es una vocación platónica, una necesidad y, al mismo tiempo, un goce, un oficio y una obligación que cumplimos con disfrute y lealtad.
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2 de diciembre de 2010

'Serenata', por Jorge Eduardo Eielson

Poema de Jorge Eduardo Eielson.

   El dulce Caco clama entre sus joyas, sus amores y sus
heces.
   Quieto animal de hastío: cubridlo de rocío.
   Mansa mujer que atravesáis su cuerpo dormido:
   Tended vuestro armiño, vuestro cabello, apaciguad
su sangre.
   Dormido así, su vida es sólo baba y olvido,
   Y viento que abriga y perdona, económico y dulce,
   Y un saxofón perdido, como una ola de oro,
   Salpica su corazón sin despertarlo. Deber tuyo es,
   Mujer vestida de iguana, arrodillarte y decirle:
   Bendito seas, amor mío, por luminoso e imbécil,
   Por desordenado y triste, porque te comes las uñas
   Y los piojos y los lirios de tu santa axila,
   Y amaneces como un loco sentado en una copa.
   Bendito seas, amor mío, que nunca has llorado,
   Bello rostro agusanado y borrado antes del beso,
   Después del poema, el canto y la pura blasfemia.
   Bendito seas, amor mío, por tener huesos y sangre,
   Y una cabeza pálida y soberbia, partida por el rayo.
   Y por no estar jamás ni en triunfo ni en derrota,
   Sino amarrado como un tigre a mis cabellos y mis
uñas.
   Bendito seas por gruñón, por delicado y estúpido,
   Por no tener infierno ni cielo conocido, ni muerte
   Ni vida, ni hambre ni comida, ni salud ni lepra;
   Medusa de tristes orgías, de penas jubilosas,
   De torpes esmeraldas en la frente, y bosques
   De cabellos devorados por el viento.
   Vacío de sesos, de corazón, de intestinos y de sexo,
   Bendito seas, amor mío, por todo eso y por nada,
   Por miserable y divino, por vivir entre las rosas
   Y atisbar por el ojo de la cerradura cuando alguien se
desnuda.
   Viva sombra destructora de mejillas y de espejos,
   Ladrón de uvas, rapazuelo, dios de los naipes y la ropa
sucia.
   Dulce Caco de celestes dedos y cuernos de hierro,
   Señor del vino que me matas con dagas de heliotropo.
   Bendito seas, labios de gusano, cascada de avena,
   Por poderoso e idiota, por no tener hijos ni padres,
   Ni barbas ni seños, ni pies ni cabeza, ni hocico ni
corola,
   Sino un ramo triste de botones sobre el pecho.
   Bendito seas, amor mío por todo esto y por nada,
   Bendito seas, amor, yo me arrodillo, bendito seas.

(Cumplo con el deber moral e intelectual de publicar uno de los numerosos y grandiosos poemas de Jorge Eduardo Eielson, gran poeta quien destaca, entre otras virtudes, por su amor a la novedad y su extraordinaria versatilidad).
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15 de noviembre de 2010

El Perú en Berlín '36: contra todo y contra todos (incluido el Führer)


Existen historias que nos llenan de orgullo y patriotismo. Esta tiene esos condimentos. Aunque más que una historia es una leyenda. Un mito envuelto en creencias populares. Todo comenzó un 17 de septiembre de 1936, cuando se recibió apoteósicamente a la legendaria selección olímpica de fútbol en el Callao. Dice así…

Luego de haber goleado a Finlandia por 7-3, con un juego exquisito, la selección peruana, encabezada por Lolo Fernández y Alejandro Villanueva, derrotó 4-2 a Austria —por aquellos años, una de las mejores selecciones del mundo—, y se perfilaba a ganar directamente la medalla de oro. No obstante, Adolfo Hitler, quien había visto el partido desde la tribuna, no permitió que un equipo de negros y mestizos le ganara a Austria, en su continente y en los Juegos Olímpicos que había organizado para demostrar la superioridad de la raza aria. El führer, muy ofuscado, ordenó que se repita dicho partido, bajo cualquier pretexto. Entonces, las autoridades olímpicas —presionadas por Hitler— reprogramaron el cotejo; mas, en un acto de orgullo y dignidad, los dirigentes peruanos no aceptaron y se retiraron de los Juegos, con la venia del entonces presidente, Óscar R. Benavides.

Más o menos esa es la historia. Así la cuenta el escritor uruguayo Eduardo Galeano en este video (hasta el minuto cuatro).


BERLÍN 1936: LA OTRA HISTORIA
Una investigación del periodista Luis Carlos Arias Schreiber, para la revista Don Balón Perú, publicada en el año 2000, y que la página DeChalaca explica detalladamente en este post, derrumbaría con pruebas contundentes los mitos de ese partido. 

Para comenzar, fue la FIFA, a través de un Jurado de Apelación, quien dictaminó la repetición del partido Austria-Perú, no los miembros del Comité Olímpico Alemán, ni el gobierno alemán, como se creyó en nuestro país. Ese Jurado de Apelación, si bien estuvo conformado por cinco europeos, se basó en el reclamo presentado por Austria el mismo día del partido, 8 de agosto. Este consistía en la agresión a los jugadores austriacos por parte de aficionados peruanos que invadieron al campo y «transgredieron» las nulas condiciones de seguridad. Dichos argumentos son apoyados por otras investigaciones como la presentada por la revista Sports Ilustrated o como figura en el informe oficial de los Juegos. Ante esto, la FIFA determinó que el partido se repitiese, como está constatado en el fallo del Jurado de Apelación, Organisationskomitee fûr die XI Olympiade Berlin 1936, firmado por Jules Rimet. Dicha repetición se programó para el 10 de agosto. 

La FIFA convocó el 10 de agosto, a las 10 a.m, a los delegados peruanos para ofrecer sus descargos. Sin embargo, llegaron a la reunión pasadas las 11:30 a.m., cuando la sesión estaba levantada (quién sabe qué obstáculos tendrían para llegar tarde). «Algunas versiones culpan a los dirigentes que acompañaron a la delegación peruana de incapaces. Se dice, incluso, que la FIFA solo requería la presencia de un dirigente peruano para desechar la protesta de Austria. Pero ningún dirigente se hizo presente en el momento oportuno».  Es la versión del periodista Teodoro Salazar en su libro Vamos Boys.

Al no presentarse la selección peruana a ninguna repetición del partido, se declaró como ganadora al cuadro austriaco. Para esos momentos, en el Perú, los límites entre el fútbol y la política ya se habían invadido. El gobierno militar del general Óscar R. Benavides, en campaña electoral y haciendo vasto alarde de sentir patrio, ordenó la inmediata retirada de toda la delegación peruana.


Dentro de nuestro inflado orgullo futbolero se cree que ese torneo reunió a las mejores selecciones del mundo. Sin embargo, la verdad es que solamente 16 federaciones se inscribieron, siendo la peruana la única representante de Sudamérica. La FIFA había determinado que los Juegos Olímpicos sean solo para futbolistas amateur. Pero, como en el Perú el profesionalismo se instauró recién en 1951, nuestra delegación acudió con la selección principal. Austria llegó con su combinado amateur, muy alejado del famoso «Wunderteam» (equipo austriaco que maravillaba por aquellos años, y que llegó a las semifinales en la Copa del Mundo de Italia 1934). Distan mucho las alineaciones austriacas en ambos torneos.

Ahora bien, queda la interrogante: Si Hitler favoreció a Austria, ¿por qué no hizo lo mismo con la selección alemana, la cual también fue derrotada en cuartos de final por Noruega? Resulta ilógico haber ayudado a Austria, y no al propio equipo alemán. Algunas respuestas ensayan que el rival racial era el Perú, no Noruega, aliado político de Alemania. No obstante, la historia demostraría lo contrario, pues cuatro años después Alemania invadía Noruega en el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Dejando las historias de ese partido, debe merecer todo nuestro reconocimiento esa selección de fútbol (en la foto) pues fue la primera en dar a conocer el buen toque peruano a nivel mundial. El fútbol nuestro de cada día es así, lleno de mitos.

(Imágenes tomadas del post de Dechalaca, de donde se obtuvo parte de la información, además de la investigación en la propia revista).
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1 de noviembre de 2010

Día de los Muertos en Cerro de Pasco, por Manuel Scorza


El primero de noviembre, día de los muertos, es una fiesta grande en Cerro de Pasco. Desde todos los rincones del Perú, desde las polvorientas ciudades de la costa, desde los caniculares pueblos de la selva, desde la campiña de Huancayo, los pasqueños suben a visitar a sus deudos. Es la única semana durante la cual es difícil conseguir alojamiento. En Cerro de Pasco no crecen flores; precisamente por eso, los deudos se empecinan en ofrendar a sus difuntos el insólito lujo de las coronas. Cartuchos, rosas, geranios, azucenas y varitas de San José llegan por camionadas desde las tierras calientes. El primero de noviembre una multitud invade el cementerio. Durante una mañana, el camposanto recupera su antigua grandeza, la del tiempo en que Cerro se jactaba de 12 viceconsulados. La multitud reza y solloza ante las tumbas; al mediodía sale a consolarse en las picanterías desparramadas en un kilómetro. Se come, se bebe y se baila a la salud de los inolvidables hasta el anochecer. Encantado por la varita mágica del recuerdo el cementerio se transforma, por un día, en una ciudad. Los trescientos sesenta y cuatro días restantes lo visita su único huésped: el viento.
                              


Manuel Scorza finaliza el anterior párrafo, de su cronivela (crónica-novela) Redoble por Rancas, con una dolorosa verdad: el viento, es decir el olvido, terminan por ser la eterna compañía a la muerte.

La sola idea de morir nos es insoportable. La olvidamos rápido y por ello evitamos visitar a familiares o conocidos en cementerios. No por ingratitud u olvido, por tranquilidad y temor. Tranquilidad para no recordar una sola cosa: somos mortales.

La muerte siempre nos rodea. Nos sorprende, espanta e, inevitablemente, vence. En la vida, aunque suene paradójico, lo único seguro es el final. La muerte ajena nos aterra y devuelve a la realidad del desenlace propio.

Manuel Scorza

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21 de octubre de 2010

Travesuras de un premio Nobel: Mario Vargas Llosa y el reconocimiento mundial

Se anuncia a Mario Vargas Llosa como premio Nobel de Literatura 2010:




A Vargas Llosa,"por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota".
 
Entonces la Facultad de Letras y Ciencias Humanas (su casa) de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), le hizo un homenaje a su ilustre egresado, con una exposición bibliográfica de sus obras, las mundialmente conocidas y su producción literaria oculta. Estos fueron parte de los libros, estudios, obras y ensayos presentados:
  • Pantaleón y las visitadoras   
  • La señorita de Tacna
  • La orgía perpetua: Flaubert y "Madame Bovary"
  • Kathie y el hipopótamo
  • La tía Julia y el escribidor
  • Historia de Mayta
  • La guerra del fin del mundo
  • ¿Quién mató a Palomino Montero?
  • Entre Sartre y Camus
  • La novela en América Latina: diálogo            
  • Contra viento y marea
  • Historia secreta de una novela
  • La ciudad y los perros
  • El combate imaginario: las cartas de batalla de Joanot Martorell
  • La casa verde
  • La chunga
  • Los cachorros
  • La verdad de las mentiras
  • Conversación en la Catedral
  • Carta de batalla por Titanic Lo Blanc  
  • García Márquez: historia de un deicidio  
  • Lituma en los Andes
  • El hablador
  • Desafíos a la libertad
  • Elogio de la madrastra
  • Los cuadernos de don Rigoberto
  • El pez en el agua. Memorias
  • La tentación de lo imposible
  • La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo
  • El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti
  • Travesuras de la niña mala
  • El lenguaje de la pasión   
  • Diario de Irak
  • Al pie del Támesis
  • El paraíso en la otra esquina
  • La fiesta del chivo                                                                                         
  • Un corazón bajo la sotana
  • Sables y utopías. Visiones de América Latina
  • Los cuatro siglos del Quijote
  • José María Arguedas, entre sapos y halcones
  • Tesis: Bases para una interpretación de Rubén Darío (1958)        

    La exposición también mostró la tesis sustentada, Bases para una interpretación de Rubén Darío, en 1958, con la que obtuvo el título como Bachiller en Humanidades y la carta enviada (en el gráfico inferior) por Marco Martos, decano de la Facultad de Letras de la UNMSM, en su condición de presidente de la Academia Peruana de la Lengua, a Per Wastberg, presidente del Comité Nobel, proponiendo la candidatura de Vargas Llosa al premio Nobel de Literatura 2010.

                     
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    4 de octubre de 2010

    Alemanes versus griegos: el origen del fútbol (imágenes vía Monty Python)

    Crónica del partido:

    ¡Eureka! Solo faltaba un minuto para el final del juego. Las tribunas estaban llenas. Arquímedes, esta vez vestido, concibió la idea: ganaba quien meta el gol (es decir, quien introduzca el balón en el arco). Él inició la jugada, desde el medio campo, con un pase a Sócrates (pese a que este andaba repitiendo "solo sé que nada sé", aún así se la jugó). Asustado y perplejo por recibir el balón, Sócrates como no sabía nada -pues las reglas del fútbol no se habían establecido- se la devolvió a Arquímedes. Pero, él ya tenía la noción cómo ganar. Continuó la jugada con Heráclito, quien, basándose en su dialéctica y en los continuos cambios de las cosas, corrió al arco.

    Imágenes del partido vía Monty Python:


    La lucha entre ganar y perder, correr y detenerse, lo movió a terminar la jugada. Sócrates, por su parte, partiendo de su ignorancia y de los conocimientos adquiridos en sus Diálogos, tomó autoconciencia de sí -"conociéndose a sí mismo"-, para llegar a comprender a los demás, a través de la Mayéutica, y la finalidad del fútbol: el gol. No demoró en entender el método de Heráclito y tras centro preciso de este, convirtió y dejó establecido la definición universal de gol: júbilo y sacrificio.

    Claro, como no dejó obra escrita, agradecemos a Platón por contar la historia; quien, por cierto, era el arquero del equipo. Para él, este partido, por ser el primero en su clase, era el Ideal. El modelo a seguir. La realidad a imitar por los próximos mortales, digamos Pelé o Maradona, en su mundo sencible, material e imperfecto.

    El resto del equipo lo conformaba Aristóteles, quien posteriormente fundó su Liceo, donde enseñaba el Arte del Fútbol y llegó a la conclusión de que el hombre es el Zoo Futbolero. En la defensa, Sófocles. A él le debemos lo Trágico del Fútbol y que los jugadores tengan muchos dotes teatrales en sus movimientos.

    Empédocles era la columna del equipo. Gracias a su Eclecticismo dio balance al sistema. Epicuro en lo suyo: su fin último era el Placer de Jugar. La Felicidad mediante movimientos improvisados. Plotino completaba la oncena. Aunque guiado por Platón, para él, jugar pasaba por la emanación del creativo, del 10, del Uno, de Dios. El talentoso maneja el equipo. Conduce el fútbol. El resto juega para él y por él.

    La anécdota: los griegos no tenían técnico. Argumentaban que no lo necesitaban. En el banco de suplentes: Tales, el primer futbolista, aunque amateur; Anaxímenes, Pitágoras, Parménides y Diógenes, el perro.

    Del otro lado los panzers: la escuela alemana. Sistema: 4-2-4. En el arco, Leibnitz. Portero racionalista, estudioso del nivel y estilo de los delanteros contrarios. Creía que su sistema era el mejor de los posibles. Llevaba como cábala un crucifijo de Mónadas, al cual se encomendaba y colgaba en su arco. Kant, Hegel, Shopenhauer y Schelling formaban la defensa.


    Kant guiado por su moral autónoma y sus imperativos categóricos jugaba sin esperar aplausos de la tribuna. Hegel era el líbero y líder de la defensa, el punto culminante del fútbol idealista alemán. Su Idea Absoluta abarcaba todos los movimientos dialécticos de su equipo. Schopenhauer era el "distinto". Central voluntarista e irracional. Obedecía a su impulso vital de ataque y defensa. ¡Y qué decir de Schelling! Su juego se basaba en una tendencia romántica. El buen toque y el fútbol espectáculo eran sus principios.

    En el medio Beckenbauer y Jaspers. El primero era la sorpresa en la alienación. El segundo, debido a sus conocimientos sobre psiquiatría, era el cerebro del equipo y el jugador medular del medio campo.

    En el ataque, Schlegel, Wittgenstein, Nietzsche y Heidegger. Schlegel, "el Romaticista", era el desordenado y el creativo de la ofensiva. Wittgenstein, "el Empirista", jugaba siempre a la "segura". Definía al fútbol como una ciencia exacta. Qué podemos decir de Nietzsche. Seguía a Shopenhauer. Obedecía a su espíritu dionisiaco de juego. La pasión, el caos y el desenfreno lo caracterizaban. Su apodo: "el superjugador".

    Solo, como único delantero, Martin Heidegger. En su constante búsqueda al sentido del ser, halló la respuesta jugando a la pelota. Entonces, comprendió que no hay sujeto sin equipo, ni yo aislado de los demás: los hinchas.

    Técnico alemán: Martín Lutero. Abogado de profesión. Entrenador y agitador de vocación. Creador de las 95 Tácticas del Fútbol. A su estilo de juego se le bautizó como el luteranismo. Proponía la libre interpretación del deporte. Difería con algunos de sus jugadores sobre el culto a las imágenes. En la banca, Karl Marx. Entendía el juego, como una lucha ente dos posturas: romanticismo y el pragmátismo. Ingresó por Nietzsche. No fue la solución.

    Los árbitros eran: Confucio, como juez principal, y San Agustín y Santo Tomás de Aquino, como los líneas. Lamentablemente, mostraron cierta tendencia a favor de los griegos. En la tribuna corría el rumor de que comulgaban con sus ideas "futboleras". Medían el tiempo con un reloj de arena.

    Un campeón siempre es consecuencia de un buen grupo, y Grecia lo fue. Arquímedes concibió la forma, Sócrates la esencia y Heráclito juntó ambas ideas en una gran cosa: el fútbol.
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    24 de septiembre de 2010

    'Qué tiene que ver Vivaldi? - Tiene!' por César Hildebrandt

    Artículo escrito por César Hildebrandt para la revista Variedades, el cuarto domingo de agosto de 1974, páginas 24-25.

    TEXTO:

    A usted le gusta Vivaldi. Toma entonces "Las Cuatro Estaciones" -porque a pesar del mohín desdeñoso que Vivaldi suscita en algún probable amigo melómano, usted sigue firme con "Las Cuatro..."-, coloca el disco en el más que probable stéreo, y escucha: cavidades y cielos, dominios del albatros, extensiones galopadas por una mariposa, y después, cuando llega el invierno, todo se resuelve en un fragor de invisibles batallas, todo remite a lo innombrado, todo es pánico y milagro, acabose y florecimiento.

    Usted entonces puede pensar dos cosas. Primero, que su amigo melómano es un imbécil. Lo segundo es una pregunta: ¿por qué ese oscuro veneciano, profesor de violín del seminario musical del Hospital de la Piedad, ese cura asmático y semiparalítico, pudo convertir al infortunio en confesión universal, la soledad en ejemplo? Y a partir de ahí usted puede plantearse otras preguntas: ¿Por qué, casi tres siglos después, lo creado por Vivaldi nos sigue emocionando o perturbando?; ¿por qué lo que el Papa Inocencio XIII llamó admirable sigue siendo para nosotros, tercermundistas un tanto desfasados, fuente de deslumbramiento? Y también: ¿cómo es que soplando tubos perforados y rasgando ciertas hilachas se expresan desgarramientos o se fundan epopeyas, se logra presentir un mundo más allá de nuestras miserias o banalidades?

    Neruda
    Otro día, usted tal vez coja un libro de Neruda. Supongamos que sea el de sus Odas Elementales. Y supongamos también que usted se detenga en la Oda a la Cebolla: morosa oración panteísta, letanía fraganciosa de tierra, himno al más humilde estallido de los surcos, la cebolla de Neruda existirá, lo hará llorar -y de pronto cuidado con el mal aliento. Presumiendo que usted sigue en plan de difícil, podrían surgir algunas otras simples preguntas: ¿cómo es que se puede construir un mundo de palabras?; ¿por qué una determinada forma de adjetivar o de adverbiar nos empuja a una realidad que logró la más misteriosa autonomía? Y asimismo: ¿por qué ese gordo obispal y mujeriego, ese chileno comunista con cara de tortuga, pudo levantar un jardín en el que pacen vacas y los niños se revuelcan? Para decirlo espectacularmente: ¿qué insobornable secreto media entre la cebolla del lomo saltado y la cebolla de Neruda?

    Admitamos, por último, que usted en uno de esos afortunados viajecitos, se halle en El Museo del Prado. Supongamos que pase delante de "La Virgen y el Niño" en versión del "Divino" Morales (pintor español del siglo XVI). El cuadro, que a primera vista no transgrede el realismo de la época, tiene, no obstante, una extraña fascinación. Seguro de que hay allí gato encerrado, usted se pondrá frente a él, se acercará y al fin percibirá el escándalo: el Niño ha metido una manita en el corpiño de la Virgen y ostensiblemente la tiene puesta sobre un seno. Pero eso no es lo importante. Si usted observa con detenimiento el rostro del Niño, verá, asomadas en sus ojos, las legiones de la libido, el atávico clamor de lo oscuro, nuestros más huraños fantasmas. Y usted también podrá preguntarse si eso es casualidad o descomunal premonición, si hay un hilo invisible capaz de unir al increíblemente impío pintor de temas religiosos del siglo XVI, y al descubridor del inconsciente, del siglo XX.

    Misterio, misterio. El Gran Bonetón.

    Tocado por el absurdo, el hombre es básicamente un salto al vacío. Cazador furtivo consciente de que todo lo que haga será en el fondo un inútil intento por posponer la muerte, el ser humano halla en el arte la más cabal expresión de ese desafío. No hay nada que se oponga con más derecho al vitriolo del tiempo que una obra de arte, nada que luche más desesperadamante contra el minucioso comején del olvido.

    Hay un abismo de espanto entre el arte -por lo menos al arte "no indignado"- y la vida. Entre Vivaldi y los siervos florentinos, entre la Oda a la Cebolla y los pobladores de las ciudades callampas de Santiago, entre lo que pintó el "Divino" Morales y lo que pasa en las chabolas de España, hay todo un insidioso desencuentro. La perfecta armonía contra el desorden que nos violenta, el principio del placer y el de la realidad.

    A ese punto queríamos llegar. No se trata de proponer una correspondencia inverosímil. Como postulación de la más grande utopía -el orden y la eternidad-, al arte será siempre el parto de los montes y el mundo por él creado no sólo la respuesta insurreccional de un individuo ante la realidad, sino también un exceso, una ruptura del promedio, un desatino de la especie.

    Pero, Dios mío, una cosa es que el arte y la realidad sean dos niveles o dos categorías de la existencia, y otra es que el arte y la realidad se den siempre de patadas.

    Suponga usted que en pleno concierto de Vivaldi empieza a pensar en el lustrabotas del otro día, en la Plaza San Martín: ¿qué edad tendrá: ocho, nueve, diez años? Tiene una uña morada, debe haberse chancado con la puerta de un carro, ¿vas al colegio?, iba, secamente, ya no, y cómo le suena el pecho, debe tener bronquitis o algo por el estilo, "renacuajo" le grita uno más grande y él se voltea y dice chetumadre, "renacuajo" le vuelve a gritar, pero él ya no hace caso, sigue dándole al trapo, agitándose porque el pecho es un temible crujir de papeles y el invierno de Lima está bravo y usted piensa darle algo, no sé, 100 soles tal vez, pero al final todo en tan difícil, usted piensa que sería inauténtico ponerse tal cataplasma en la conciencia -¿piensa eso o piensa en los 100 soles, cuatro cajetillas de Kent, un almuerzo el Ambiance?, y como usted es severo consigo mismo, y además es verdad, admite que efectivamente los 100 soles también pesan, y entonces sólo ¿cuánto es?, cuatro soles, usted le pasa cinco y no espera el vuelto, y ahora sí, filántropo de a sol, usted, yo , señoras y señores, es, soy, somos una, dos, innumerables mierdas.

    ¿Para qué tanto Vivaldi y tanto Neruda y tanto Morales si afuera uno tropieza a cada paso con el horror? En esta esquina el Concierto para Cuerdas y Fragto opus 51 y en la otra el Pecho-congestionado-en-pleno-invierno-y-apenas-con-una-camiseta-de-buzo-de-por-medio. Antes de empezar el programa quiero recordarles, amables espectadores que nos honran con su presencia, que la pelea de semifondo será entre Cebolla, luminosa redoma, escamas de cristal te acrecentaron y el Caldito-con-papasycabello-de-ángel-antes-de-salir-lustras-zapatos; y que el combate estelar, el que todos ustedes esperan, pondrá en una esquina a "La Virgen y el Niño" y en la otra el popular Niño-lustrabotas-que-no-va-al-colegio-, como ustedes saben cariñosamente llamado "Renacuajo".

    Por supuesto que preguntarse para qué Vivaldi es pura demagogia.

    No se trata de eso. Vivaldi propone una simetría, amplía el universo. Debe ser declarado absolutamente imprescindible. Para la salud, Vivaldi; para la enfermedad, Vivaldi; para el sueño, Vivaldi; para administrar una empresa, Vivaldi; para correr 100 metros planos, Vivaldi; para hacer el amor -especialidad de la casa-, Vivaldi. Lo mismo Neruda o Morales. No se trata de mala conciencia de pequeñoburgués -es decir no se trata sólo de eso- insuficientemente alcantarillada.

    Declaramos de necesidad y utilidad pública oír a Vivaldi, leer a Neruda o ver a Morales. Cúmplase y archívese.

    Se trata de decir muy claramente que no puede seguir existiendo tanta distancia entre Vivaldi y la realidad real.

    Esa enemistad aciaga y violenta no sólo conduce a la mala conciencia sino, tarde o temprano, a la revolución.

    Quien ame a Vivaldi y se instale provisoriamente en su mundo, no podrá admitir que detrás de la ventana aceche el mal. Tal vez seamos incluidos en algún Index importante por lo que vamos a decir, pero estamos convencidos que del respeto y el amor por la belleza, que del contacto con el arte y con la sabiduría (no malinterpreten demasiado, por favor) nace la más limpia vocación revolucionaria, la rebeldía más linfática.

    Amar a Vivaldi, amar el mar, amar el bullicio de las aves o cierto verso de Pound, es adherirse a la vida y, definitivamente, enfrentarse al mal. Y el mal absoluto es la injusticia.

    La revolución habrá de ser el colosal intento por acercar esos dos niveles, el arte y la vida, por reconciliarlos para siempre. Y de esa intersección todavía impensable deberá nacer un nuevo hombre. Y el arte dejará de ser la hazaña de la raza contradicha por el niño sin leche y los obreros explotados.

    Mientras tanto, mientras esa reunión cumbre se produzca, vivaldianos, seamos consecuentes. (C.H.)
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    20 de agosto de 2010

    Internacional de Porto Alegre versus Chivas de Guadalajara: fue sin querer queriendo


    Los privilegiados testigos del antiquísimo fútbol latinoamericano cuentan que la Copa Libertadores es un torneo especial. Distinto e incomparable a otra competición en el mundo. Se juega, vive y siente de una manera particular tal y como ha quedado registrado en la infinidad de anécdotas e historias de esta atípica manera de vivir el deporte de multitudes.

    La final de la Copa Libertadores de este año 2010 no fue la excepción. Si Internacional de Porto Alegre (Brasil) quería ser campeón, no solo tenía que ganar en el campo de juego, también en los previos al partido, durante la ceremonia: fuera de los noventa minutos. El hecho de solo tocar la introducción del himno mexicano e interrumpirlo cuando los jugadores del equipo rival, las Chivas de Guadalajara (México), comenzaban a entonarlo, ante la notoria desazón en los rostros de los aztecas, es un acto descortés. De la misma manera, fue una falta de respeto al himno brasileño el comportamiento de Adolfo Bautista, jugador mexicano, al comenzar a calentar cuando este se entonaba. Hechos repudiables, sin duda, si no se entiende este torneo.

    Para jugar (y ganar) este torneo cuentan esos detalles. La Copa Libertadores es una guerra criolla y popular. Se participa sabiendo a lo que te tienes que enfrentar y determinados por esa singularidad de entender esta pasión. Estos hechos son parte del juego.


    Realidad muy distinta a la moderación y control que se vive en las celebraciones del máximo torneo de fútbol europeo: la Champions League. Sin el ánimo de hacer comparaciones entre estos torneos, creo que la diferencia pasa por la distinta manera de sentir el fútbol. Panorama que, tal vez, encuentra una explicación porque nos referimos a distintos tipos de sociedad. Podríamos mencionar, como ejemplo, las premiaciones. Mientras que en Europa está todo controlado al milímetro, cada personaje sabe el papel que realiza y su ubicación en escena, sin que nadie se salga del libreto; en Latinoamérica, el descontrol es inevitable. Locura que, aunque algunas veces lamentablemente derive en violencia, manifiesta el sentir local. Por ello, en este torneo no existen "buenos" perdedores que acepten recibir la medalla de plata, signo del segundo lugar. Mejor terceros que segundos.

    Si existiera la posibilidad, seguramente, de que los miles de asistentes al partido final levantasen la copa y den la vuelta olímpica, se haría. Cuando sale victorioso el equipo, celebra la multitud. Esta competencia es una guerra popular, en la cual participa toda la población guiándose de once soldados y bajo la orden de un general, el técnico. Ganada la batalla, celebra el batallón y el pueblo.

    Internacional ganó esa final

    No estoy de acuerdo con quienes plantean que la final sea en un partido único y en un estadio neutral. El campeón merece tener el honor de salir victorioso en casa, con tu ejército, haciendo valer la localía o ser villano y ganar con solo tus once soldados contra todo un ejército, y en el campo rival, como narran las épicas batallas de valerosos guerreros medievales.

    Comparar el nivel de juego o la pasión de sus hinchas entre la Champions League y la Copa Libertadores sería inadecuado. Se tratan de distintas formas de entender el juego y la vida. Sin embargo, estoy en el grupo que disfruta más un buen partido del máximo torneo de fútbol latinoamericano. Obsesión de multitudes.
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    17 de agosto de 2010

    La orgía (extracto del libro 'Afrodita' de Isabel Allende)


    Los siguientes párrafos corresponden al libro Afrodita de Isabel Allende, novelista y periodista chilena. Obra curiosa y llamativa que relaciona el erotismo y la gastronomía. En estas líneas, la autora describe históricamente, con el sentido del texto, sobre el placer y la religión:

    (...)

    En un libro sobre el Imperio romano averigüé que la idea es tan antigua como la humanidad. Con diferentes pretextos, desde fechas religiosas hasta victorias guerreras, las parrandas privadas y las bacanales públicas servían de válvula de escape a las tensiones cotidianas y los pesares del corazón. No existía entonces el problema de la sobrepoblación, por el contrario, se trataba de traer cantidades de niños al mundo; la fertilidad era celebrada por todas las civilizaciones antiguas en festividades orgiásticas. Por una cuantas horas o días, las reglas y leyes pasaban al olvido y el populacho se volcaba a la calle en alegre mezcolanza de mujeres y hombres, nobles y plebeyos, virtuosos y pecadores. De allí provienen nuestros desteñidos carnavales modernos, que con muy pocas excepciones son tristes simulacros de las bacanales de la antigüedad, cuando el desenfreno se apoderaba de las almas y había permiso para embriagarse y fornicar sin medida.

    Fiesta dionisíaca
    Antes del triunfo del cristianismo en Europa no existía el concepto de compasión o de amor al prójimo, a nadie se le habría ocurrido tampoco que le sufrimiento físico fuera provechoso para el alma. La idea de negar el placer con el propósito de desarrollar un estado superior de conciencia ya se había formulado, pero no tenía gran aceptación popular. La filosofía espartana basada en la severidad y la disciplina sólo tuvo adeptos entre guerreros. Epicúreo representaba mejor la tendencia de su tiempo: la tierra y lo que contiene fueron creados por los dioses para el uso y goce de los hombres. En las culturas griega y romana el placer era un fin en sí mismo, en ningún caso un vicio que luego fuera necesario expiar. Las clases altas vivían en el ocio, ajenas por completo al sentido de culpa, puesto que el trabajo no era virtud sino fatalidad, indiferentes a la suerte de los menos afortunados y rodeados de esclavos a los cuales podían atormentar a su antojo...

    Al final, exhaustos y a menudo enfermos, los invitados regresaban a sus casas a purgarse, sin sospechar que en las cocinas, en los patios, en las calles, en todas partes los esclavos propagaban en susurros una extraña fe que habría de acabar con el mundo tal como ellos lo concebían. Esa nueva religión se basaba en amor a otros seres, sobre todo a los más pobres y desdichados, simplicidad en las costumbres y negación de todo aspecto placentero de la existencia; los sentidos y los apetitos eran trampas satánicas que conducían las almas al infierno y por lo tanto debían ser dominados con determinación férrea. Imagino la sorpresa burlona de los ricos romanos cuando oyeron las primeras prédicas de los nuevos fanáticos... Jamás supusieron su repercusión y siguieron riéndose mientras el cristianismo se propagaba entre los pobres como un incendio incontenible, que finalmente los arrasó. Habrían de pasar varios siglos de oscurantismo antes de que se asentaran las cenizas, se disolviera la humareda y Europa recuperara el respeto por los sentidos y el gusto por el despilfarro.

    Príapo, dios de la fertilidad
    Durante la Edad Media el arte, el lujo y la belleza se convirtieron en motivos de sospecha; el deleite pasó a ser fuente de culpa y el propio cuerpo se transformó en enemigo del alma que albergaba. Sufrir en esta vida era la forma más certera de alcanzare eterno regocijo en la próxima. Grandes santos del cristianismo tuvieron como único mérito atormentar sus cuerpos hasta lo inconcebible... Los creyentes, pasmados, se inclinaban ante este espectáculo que supuestamente complacía a Dios. Hubo excepciones, claro está, siempre las hay entre ricos y los sabios: algunos nobles y prelados de la Iglesia que nunca abdicaron de la buena mesa y las mujeres hermosas; también viajeros que descubrieron las maravillas del Oriente en las Cruzadas y regresaron con el gusto por las especias exóticas, los perfumes, las ciencias y las artes olvidadas desde los tiempos del Imperio romano, pero esos refinamientos quedaron relegados a unos cuantos sibaritas de las clases dominantes. La gran masa humana vivía en la miseria, la ignorancia y el miedo. El hedonismo de los griegos y romanos, quienes consideraban el placer como el fin supremo de la existencia, fue remplazado por la sombría creencia de que el mundo es un lugar de expiación, un valle de lágrimas donde las almas hacen mérito y sufren martirio para ganar un paraíso hipotético. Los antiguos festivales relacionados con la vendimia, la fertilidad, las estaciones o los dioses, pasaron a ser simples comilonas en temporadas de buenas cosechas y las orgías fueron exabruptos brutales de la soldadesca victoriosa a la hora del saqueo. Durante mil años el cristianismo destruyó sistemáticamente a los dioses anteriores, borrando sus huellas con métodos bárbaros, enterrándolos en los sombríos rescoldos de la memoria, transformándolos en demonios y quemando en la hoguera, acusados de herejes y brujas, a quienes tuvieran la mala suerte de recordarlos. Cuando la Iglesia no pudo suprimir del todo las festividades paganas, las asimiló a su propia liturgia. Así es, por ejemplo, cómo los panes fálicos y en forma de genitales femeninos que se usaban en las festividades orgiásticas, tomaron aspecto redondo con una cruz encima y pasaron a llamarse bollos de Corpus Cristi. Pero a veces la deidad destronada no se dejaba avasallar: durante el Carnaval en Trani, Italia, se paseaba por la ciudad una estatua de Príapo y su enorme falo de madera era venerado como Il Santo Membro. Mientras más represión soporta el ser humano, más ideas rebeldes emergen en su imaginación supliciada. Hubo una secta cristiana eslávica, los Khlysti, que celebraban ceremonias orgiásticas donde hombres y mujeres copulaban en representación de la unión divina de Jesús y María, en medio de una borrachera general con cánticos, danzas y flagelaciones. Estos ritos ocurrían después de meses de abstinencia, castidad y ayuno, durante los cuales las parejas casadas dormían en la misma cama sin tocarse.

    Las orgías han existido siempre, gracias a Dios, incluso en tiempos de la Inquisición o de los puritanos, cuando todo el mundo andaba vestido de negro y las paredes se decoraban con lúgubres cruces, pero han sido más brillantes y divertidas en las épocas de la historia en que el placer se cultivó como un arte.

    (...)
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