15 de noviembre de 2010

El Perú en Berlín '36: contra todo y contra todos (incluido el Führer)


Existen historias que nos llenan de orgullo y patriotismo. Esta tiene esos condimentos. Aunque más que una historia es una leyenda. Un mito envuelto en creencias populares. Todo comenzó un 17 de septiembre de 1936, cuando se recibió apoteósicamente a la legendaria selección olímpica de fútbol en el Callao. Dice así…

Luego de haber goleado a Finlandia por 7-3, con un juego exquisito, la selección peruana, encabezada por Lolo Fernández y Alejandro Villanueva, derrotó 4-2 a Austria —por aquellos años, una de las mejores selecciones del mundo—, y se perfilaba a ganar directamente la medalla de oro. No obstante, Adolfo Hitler, quien había visto el partido desde la tribuna, no permitió que un equipo de negros y mestizos le ganara a Austria, en su continente y en los Juegos Olímpicos que había organizado para demostrar la superioridad de la raza aria. El führer, muy ofuscado, ordenó que se repita dicho partido, bajo cualquier pretexto. Entonces, las autoridades olímpicas —presionadas por Hitler— reprogramaron el cotejo; mas, en un acto de orgullo y dignidad, los dirigentes peruanos no aceptaron y se retiraron de los Juegos, con la venia del entonces presidente, Óscar R. Benavides.

Más o menos esa es la historia. Así la cuenta el escritor uruguayo Eduardo Galeano en este video (hasta el minuto cuatro).


BERLÍN 1936: LA OTRA HISTORIA
Una investigación del periodista Luis Carlos Arias Schreiber, para la revista Don Balón Perú, publicada en el año 2000, y que la página DeChalaca explica detalladamente en este post, derrumbaría con pruebas contundentes los mitos de ese partido. 

Para comenzar, fue la FIFA, a través de un Jurado de Apelación, quien dictaminó la repetición del partido Austria-Perú, no los miembros del Comité Olímpico Alemán, ni el gobierno alemán, como se creyó en nuestro país. Ese Jurado de Apelación, si bien estuvo conformado por cinco europeos, se basó en el reclamo presentado por Austria el mismo día del partido, 8 de agosto. Este consistía en la agresión a los jugadores austriacos por parte de aficionados peruanos que invadieron al campo y «transgredieron» las nulas condiciones de seguridad. Dichos argumentos son apoyados por otras investigaciones como la presentada por la revista Sports Ilustrated o como figura en el informe oficial de los Juegos. Ante esto, la FIFA determinó que el partido se repitiese, como está constatado en el fallo del Jurado de Apelación, Organisationskomitee fûr die XI Olympiade Berlin 1936, firmado por Jules Rimet. Dicha repetición se programó para el 10 de agosto. 

La FIFA convocó el 10 de agosto, a las 10 a.m, a los delegados peruanos para ofrecer sus descargos. Sin embargo, llegaron a la reunión pasadas las 11:30 a.m., cuando la sesión estaba levantada (quién sabe qué obstáculos tendrían para llegar tarde). «Algunas versiones culpan a los dirigentes que acompañaron a la delegación peruana de incapaces. Se dice, incluso, que la FIFA solo requería la presencia de un dirigente peruano para desechar la protesta de Austria. Pero ningún dirigente se hizo presente en el momento oportuno».  Es la versión del periodista Teodoro Salazar en su libro Vamos Boys.

Al no presentarse la selección peruana a ninguna repetición del partido, se declaró como ganadora al cuadro austriaco. Para esos momentos, en el Perú, los límites entre el fútbol y la política ya se habían invadido. El gobierno militar del general Óscar R. Benavides, en campaña electoral y haciendo vasto alarde de sentir patrio, ordenó la inmediata retirada de toda la delegación peruana.


Dentro de nuestro inflado orgullo futbolero se cree que ese torneo reunió a las mejores selecciones del mundo. Sin embargo, la verdad es que solamente 16 federaciones se inscribieron, siendo la peruana la única representante de Sudamérica. La FIFA había determinado que los Juegos Olímpicos sean solo para futbolistas amateur. Pero, como en el Perú el profesionalismo se instauró recién en 1951, nuestra delegación acudió con la selección principal. Austria llegó con su combinado amateur, muy alejado del famoso «Wunderteam» (equipo austriaco que maravillaba por aquellos años, y que llegó a las semifinales en la Copa del Mundo de Italia 1934). Distan mucho las alineaciones austriacas en ambos torneos.

Ahora bien, queda la interrogante: Si Hitler favoreció a Austria, ¿por qué no hizo lo mismo con la selección alemana, la cual también fue derrotada en cuartos de final por Noruega? Resulta ilógico haber ayudado a Austria, y no al propio equipo alemán. Algunas respuestas ensayan que el rival racial era el Perú, no Noruega, aliado político de Alemania. No obstante, la historia demostraría lo contrario, pues cuatro años después Alemania invadía Noruega en el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Dejando las historias de ese partido, debe merecer todo nuestro reconocimiento esa selección de fútbol (en la foto) pues fue la primera en dar a conocer el buen toque peruano a nivel mundial. El fútbol nuestro de cada día es así, lleno de mitos.

(Imágenes tomadas del post de Dechalaca, de donde se obtuvo parte de la información, además de la investigación en la propia revista).
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1 de noviembre de 2010

Día de los Muertos en Cerro de Pasco, por Manuel Scorza


El primero de noviembre, día de los muertos, es una fiesta grande en Cerro de Pasco. Desde todos los rincones del Perú, desde las polvorientas ciudades de la costa, desde los caniculares pueblos de la selva, desde la campiña de Huancayo, los pasqueños suben a visitar a sus deudos. Es la única semana durante la cual es difícil conseguir alojamiento. En Cerro de Pasco no crecen flores; precisamente por eso, los deudos se empecinan en ofrendar a sus difuntos el insólito lujo de las coronas. Cartuchos, rosas, geranios, azucenas y varitas de San José llegan por camionadas desde las tierras calientes. El primero de noviembre una multitud invade el cementerio. Durante una mañana, el camposanto recupera su antigua grandeza, la del tiempo en que Cerro se jactaba de 12 viceconsulados. La multitud reza y solloza ante las tumbas; al mediodía sale a consolarse en las picanterías desparramadas en un kilómetro. Se come, se bebe y se baila a la salud de los inolvidables hasta el anochecer. Encantado por la varita mágica del recuerdo el cementerio se transforma, por un día, en una ciudad. Los trescientos sesenta y cuatro días restantes lo visita su único huésped: el viento.
                              


Manuel Scorza finaliza el anterior párrafo, de su cronivela (crónica-novela) Redoble por Rancas, con una dolorosa verdad: el viento, es decir el olvido, terminan por ser la eterna compañía a la muerte.

La sola idea de morir nos es insoportable. La olvidamos rápido y por ello evitamos visitar a familiares o conocidos en cementerios. No por ingratitud u olvido, por tranquilidad y temor. Tranquilidad para no recordar una sola cosa: somos mortales.

La muerte siempre nos rodea. Nos sorprende, espanta e, inevitablemente, vence. En la vida, aunque suene paradójico, lo único seguro es el final. La muerte ajena nos aterra y devuelve a la realidad del desenlace propio.

Manuel Scorza

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