13 de enero de 2018

"Universitario de Lima: Una experiencia fantástica", por Ángel Cappa

Apertura del 2002. Ángel Cappa (Argentina, 1946) es el técnico de Universitario de Deportes, equipo con el que pasó “esos seis meses infinitos” de peripecias, golpes anímicos, situaciones increíbles… Las siguientes líneas, además de otro texto acerca del peso de la camiseta de Universitario, fueron escritas por Cappa en su libro ¿Y el fútbol dónde está? (Peisa, 2004), sobre esa angustiante campaña, que, después de todo, tuvo un fantástico final: el campeonato, en finales definitorias contra Alianza Lima… contra todo y contra todos.

Abrazo triunfal entre Ángel Cappa y Roberto Molina. 
*
Universitario de Lima: Una experiencia fantástica

“Nunca nada importa tanto como tomar partido a favor de un sueño”
ARIEL SHER

Era el último partido del torneo Apertura 2002 en Perú. Universitario, que yo dirigía, y Alianza Lima empatábamos en el primer puesto. Nosotros jugábamos contra Melgar de Arequipa y ganábamos 4 a 2 en tiempo de descuento. En Sullana, en tanto, Alianza Lima enfrentaba a Alianza Atlético de esa ciudad y yo no sabía cómo iban, aunque sospechaba que la cosa nos era favorable porque estaba rodeado a fotógrafos, cámaras y micrófonos. Si Alianza no ganaba, éramos campeones.

De pronto vea a Fatiga Russo que viene hacía mí, con los ojos empapados y los brazos abiertos.

- Terminó allá, Ángel, somos campeones –me dice.

Nos abrazamos emocionados y en un segundo había como 50 personas gritando alrededor nuestro la euforia del título. Inclusive entraron a la cancha, levantaron en andas a los jugadores y obligaron al árbitro a terminar el partido.

Yo no quise que nadie me viera aflojando y me fui al vestuario. Allí estaba solo, sentado con la mirada perdida y recordando todo lo que habíamos pasado en esos seis meses infinitos, cuando veo entrar a Chemo del Solar, demasiado serio y sereno, teniendo en cuenta la circunstancia. 

- ¿Qué pasa? –le pregunté sorprendido. 
- Ganó Alianza –dijo–. Tenemos que jugar finales.

Alguien que estaba escuchando el partido de Alianza Lima por radio creyó oír que había terminado empatado y desató la falsa alegría que nadie pudo controlar por varios minutos. Pero resulta que no, que en el último minuto del descuento en Sullana hubo un penal para Alianza Lima, que convirtió, de modo que terminamos igualados. Habría finales y parecíamos estúpidos cantando, emocionados sin motivo, sintiéndonos campeones antes de tiempo.

Inclusive un miembro del cuerpo técnico de Alianza se lo dijo con sorna a un periodista:

- ¿Cómo van a ser campeones estos tipos si dieron la vuelta antes de tiempo? Ni la radio saben escuchar.

El mazazo fue terrible. Otro golpe anímico brutal para un grupo que había soportado situaciones increíbles para llegar al último partido compartiendo la punta. 

Ibáñez, Cappa y Maldonado. Vuelta en (U)

Toda esta historia empezó en Madrid. De la mano de Chemo del Solar, el presidente de Universitario, doctor Javier Aspauza, había viajado para contratar a un técnico capaz de encabezar un proyecto que debía terminar devolviéndole al club el prestigio internacional que alguna vez tuvo.

Hablaron con Juan Manuel Lillo, entrenador español que había sido de Chemo en el Salamanca, representante del buen fútbol, pero no estaba dispuesto a la aventura. No conocía el medio sudamericano y prefirió seguir esperando una ocasión en Europa.

Entonces apareció mi nombre y Chemo se comunicó conmigo para establecer una cita con el presidente.

Nos juntamos para comer y hablar de fútbol y del proyecto. Coincidimos en todo. Lo que había que hacer y hasta en los detalles. 

- Una cosa quiero dejar clara, presidente –dije yo casi como una premonición–. Es imposible llevar a cabo este proyecto si no hay un respaldo económico adecuado. Estoy cansado de estar en equipos –especialmente en Argentina– donde todo se viene abajo por la falta del dinero indispensable.

Y expuse mi teoría de que nunca un equipo puede sostener a una institución sino que la cosa es, o debe ser, al revés, para no depender dramáticamente de los resultados inmediatos.

- Quédese tranquilo –me respondió el doctor Aspauza–, yo pienso como usted.

En la primera reunión que tuve con los jugadores, ya en Lima después de las presentaciones y de que yo expusiera el plan de trabajo para la pretemporada, choqué violentamente contra la realidad. 

- Perdone, Ángel, pero nosotros no vamos a ir a ninguna concentración en pretemporada hasta que no nos paguen lo que nos deben –me aclararon los jugadores. 

Ese fue el comienzo de un problema que nunca encontraría solución. En ese momento yo temí la repetición de una historia conocida, pero nunca supuse su fantástico final. 

Reseñar las peripecias que tuvo que pasar el plantel por ese motivo sería interminable. Baste con decir que no hubo dos días seguidos de entrenamiento normales. Reuniones de todo tipo, conflictos permanentes, promesas que nunca se pudieron cumplir, en fin, lo habitual en situaciones como esta que suelen termina con la ilusión de cualquiera.

Inclusive les dije a los periodistas que ese era el camino más directo al fracaso que yo conocía.

Al principio los resultados disimularon en parte el fondo de la cuestión, hasta que tuvimos tres derrotas consecutivas en los tres últimos partidos de la primera vuelta y nos pusimos bastante lejos de los primeros.

Cuando todo estaba a punto de desmoronarse definitivamente, me pareció oportuna una reunión con todo el plantel para tomar una decisión impostergable: seguimos exigiendo lo que nos debían, que ya era mucho y perturbaba indudablemente nuestra dedicación al fútbol, o nos olvidábamos del tema, arreglándonos como pudiéramos, y nos comprometíamos a pelear hasta el final, dentro de la cancha.

Las dos cosas eran incompatibles, como habíamos podido comprobar, porque reclamar permanentemente ante los dirigentes para recibir las mismas respuestas siempre, desgasta demasiado y genera un malestar que altera el estado anímico ideal para jugar al fútbol. 

Decidimos, todos juntos, luchar por el campeonato. Todavía había tiempo. No obstante, seguiríamos reclamando, pero aceptando en la intimidad que no habría una solución inmediata. 

Fue en ese momento cuando el grupo selló definitivamente su gran cohesión interna. 

El Puma Carranza en la segunda final.

Inclusive las críticas que aparecen siempre en las derrotas, y que afectaron principalmente a los jugadores más veteranos, reforzaron aún más la unión y el ánimo del plantel.

Ganamos los tres siguientes partidos y nos pusimos a tres puntos de Alianza, que iba primero, en vísperas del clásico, precisamente. Era la primera gran oportunidad que teníamos para volver a la punta, pero perdimos jugando el peor partido del campeonato. El golpe fue doble. La derrota, por un lado, y la muy mala actuación, por otro. Y nuevamente a seis puntos, faltando solo siete partidos.

Había que ganar todos los partidos que faltaban. No podíamos ni empatar si queríamos mantener opciones al título. Poco después ocurrió lo que, am mi modo de ver, fue el hecho más importante para nuestras aspiraciones. El Nuno Molina envió un telegrama intimando a la entidad a que le pagara la deuda que tenía con él o dejaba de jugar, rescindiendo el contrato de acuerdo con una cláusula que lo advertía. Les daba 48 horas. Sucedió un viernes y el domingo siguiente jugábamos contra Coopsol en Trujillo. El presidente estaba de viaje y ejercía esas funciones el vicepresidente, doctor Luis Galindo, quien esa noche me llamó por teléfono para comunicarme que Molina quedaba desafectado del club en razón del telegrama recibido.

- No te apresures, por favor. Déjame hablar con el Nuno –le pedí.
- Haga usted lo que quiera, pero la decisión ya está tomada –me contestó con tono autoritario, abandonando el tuteo que hasta ese momento manteníamos.

Hablé con el Nuno para saber si cumpliría su amenaza de no jugar en caso de que no le pagaran. Me dijo que no, que solo lo había hecho para presionarlos, pero que él no tenía intención de abandonar el grupo.

A la mañana siguiente, último entrenamiento antes de viajar, Galindo y otros tres dirigentes me llaman a una reunión en una de las oficinas del estadio, junto al Nuno, para comunicarme la resolución de la directiva. Molina les aclara que no pensaba cumplir la intimidación, que solo quería cobrar lo que le debían, pero que iba a jugar hasta el final del torneo de todos modos.

Los dirigentes permanecían firmes en su postura. En medio de la conversación, inesperadamente, aparecieron todos los jugadores y entraron a la reunión, vestidos para entrenar. Les pidieron, les rogaron a los dirigentes que no tomaran esa medida, que los dejaran jugar el partido en paz porque era muy importante para el futuro del equipo, que postergaran la sanción hasta el lunes, esperando la llegada del presidente.

No hubo nada que hacer y el Nuno fue separado del plantel. Pasamos toda la mañana discutiendo, no pudimos entrenar y viajamos a Trujillo en las peores condiciones anímicas. Molina también viajó por su cuenta para acompañar al grupo.

El partido se tomó como un desafío. A esa altura eran demasiados los inconvenientes que había que superar, internos y externos, ya que ocurrían cosas muy difíciles de entender y se sucedían como para no creer fácilmente que fueran obra de la casualidad. Por ejemplo, que en nueve partidos nos expulsaran a un jugador antes de la media hora, o que un árbitro que se cayó al tropezar ligeramente con Chemo del Solar lo echara de la cancha enérgicamente, y después, aunque un video demostrara claramente lo fortuito del choque, le dieran a Chemo un partido de suspensión.

Lo cierto es que ese día ganamos en Trujillo 3 a 0 y cada gol se festejó como un título del mundo. Fue una especie de rebeldía ante todas las injusticias que estábamos aguantando.

Volvimos a Lima más fuertes que nunca. Si no reincorporaban a Molina, habría varias renuncias. Inclusive la mía. El presidente anuló la decisión de la directiva, el Nuno Molina se reintegró y el siguiente partido lo ganamos 1 a 0 con gol suyo, de locales en el Monumental.

Hubo otros hechos que demostraron el alto grado de compromiso colectivo de este plantel. El más significativo fue cuando un domingo, Día de la Madre, después de un triunfo el día anterior, yo programé un entrenamiento porque debíamos jugar el miércoles siguiente. Era voluntario para los que habían jugado más de 45 minutos y asistieron todos, no faltó ninguno, y para entonces ya nos debían más de tres meses.

Otro día regresábamos de Huancayo, donde habíamos jugado a más de 3000 metros de altura ganándole al equipo local y dando un paso decisivo para, al menos, disputar las finales.

Le pregunto a Chemo que viajaba en el avión cerca de mí.
- ¿Sabe lo que en realidad me gustaría, Chemo?
- Lo mismo que a mí, seguramente –me respondió–: llegar a una final con Alianza y ganarles ahí, en la precisa.

Ese era el sentir –además– de todo el plantel, porque con Alianza habíamos perdido los dos clásicos y no queríamos ser campeones con esa deuda pendiente.

Y así fue, salimos campeones después de vencer a Alianza Lima en dos partidos definitorios.

El momento esperado.

Pero nunca la alegría de un título debe de haber durado tan poco. Al día siguiente ya sentíamos una pena enorme, porque sabíamos que ese grupo se rompería por cuestiones económicas. Habíamos llegado al límite del esfuerzo y así no se podía continuar. Estábamos satisfechos, de todos modos. La lucha nos había salvado el orgullo y la dignidad, que no es poco en los tiempos que a uno le toca vivir. Habíamos cumplido el compromiso que asumimos colectivamente sobreponiéndonos a todos los inconvenientes, que fueron muchos y en algunos casos muy difíciles. En todo momento nos mantuvimos juntos. Nunca nadie se sintió más que todos y cada uno aceptó el papel que le tocó: los que fueron titulares, los que sabían que eran sustitutos e inclusive los que no jugaron ni un minuto.

Todos con la misma alegría y predisposición. Por eso el título fue un premio para todos y cada uno de los integrantes del plantel.

En una sociedad que nos presenta la solución individual como la única posible, este grupo de jugadores había dado muestras asombrosas de lo que aún significa la fuerza comunitaria.

Para el periodista argentino Ariel Scher, que escribió sobre el tema, fue “una lección de vida… un regalo del fútbol en medio de todo lo que la realidad quita”.

A mí me quedó una profunda satisfacción, muy parecida a la felicidad, por haber participado en esta historia tan complicada, tan edificante y hermosa que me anima a juzgar fantástica. Fuimos campeones contra todo y contra todos.



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Tomado de:
Cappa, Ángel (2004). ¿Y el fútbol dónde está? Lima: Ediciones PEISA.

Portada del libro de Cappa.
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