¿Existe la solidaridad en tiempos del Día del
Shopping, Instagram y xenofobia? Wendy Bedoya y anónimos altruistas nos dan
esperanzas.
Wendy Bedoya coge su celular e ingresa al Facebook. No para postear una foto del almuerzo o revisar las noticias o novedades de sus contactos, lo hace para publicar casos: historias de personas que necesitan algún tipo ayuda.
“He visto a una
señora que necesita una silla de ruedas”, “un niño busca un albergue para tratarse
una enfermedad en Lima”, “una adolescente internada quiere celebrar su
quinceañero pero sus padres no tienen dinero”, le escriben por sus redes
sociales a Wendy. Entonces evalúa e investiga la solicitud y, si es verídica,
activa la red de solidaridad en su página “Proyectos de amor” para obtener la
ayuda necesaria. Sea lo que fuese –hasta casas prefabricadas– siempre lo consigue.
Al año, en
promedio, puede beneficiar a más de 82 mil personas –entre campañas,
voluntariados y otras iniciativas–. ¿Por qué lo hace?, ¿cuál es su sueño? –quisimos
saber.
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UNA NOTIFICACIÓN
Un día de mayo
del 2015, mientras superaba la muerte de Imelda, su abuela, encontró su camino. Estaba revisando fotos y
videos en el Facebook, cuando vio una publicación en la que solicitaban ayuda
para Mario, un adolescente con el 60 % del cuerpo quemado. Wendy lo ayudó con
las operaciones que le permitieron recuperarse –abrir las manos, caminar,
terminar el colegio– y Mario le aclaró el sentido de su vida. Tiempo después la
llamó para darle una noticia: ¿Adivina a qué me dedicaré? –la sorprendió. Wendy
no lo podía creer.
Una nueva
notificación suena en el celular de Wendy: otra solicitud de ayuda, esta vez
por el WhatsApp. A la semana puede recibir, en promedio, cinco requerimientos
de ayuda. Prioriza a las personas enfermas de bajos recursos.
“Me gusta la
respuesta de la gente”, agradece, pero ello no evita que Wendy se angustie cuando
pasan los días y no puede reunir la ayuda prometida. Si el caso es de Lima, el
plazo autoimpuesto es de una semana. Cuando pasaron 6 o 7 días, se encienden
las alarmas y recurre a empresas. No le gusta quedar mal con quien la necesita.
Si la ayuda es en una provincia, se permite unos días más de licencia: por el viaje
de traslado.
Las iniciativas
que lidera han involucrado a más de mil personas, de distintas formas. “Algunas
veces me dicen: pero yo no tengo dinero. Pero no es dinero, quizá es tu tiempo.
O el juguete en buen estado de tu hijo. Hay muchas formas de ayudar” –afirma.
En el 2018 supo de
un grupo de adultos mayores que vivía en casas con paredes de plásticos, en
Cañete. ¿Conseguiremos la ayuda?, dudó. “Mucha gente pequeña en lugares
pequeños haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”, escribió en el
Facebook. Días después construyeron 16 casas prefabricadas que entregaron amobladas.
“Al final es una
cadena de amor para lograr un solo objetivo. Debemos derramar amor por donde
vamos” –solicita. “Y si tú ayudas, influyes en tu entorno”.
¿Un mundo mejor es
posible? –le preguntamos con desconfianza. “La gente que hemos ayudado, cuando salió
adelante, comparte sus donaciones –la cocina, la silla de ruedas– a otras
personas. Quien recibe, replica la solidaridad” –sostiene con firmeza.
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HADA MADRINA
Wendy es diseñadora
de interiores, pero prefiere transformarse en un hada madrina, como la identifican
los niños en los hospitales donde realiza voluntariado, tanto por el amor que brinda
como por sus cabellos largos y ondulantes, como en un cuento mágico.
Dejó parcialmente
–sin mucho pesar– la organización de eventos corporativos para preparar fiestas
infantiles a menores con enfermedades terminales o crónicas y brindarles unas
horas de juegos y música a fin de olvidar sus tediosos tratamientos.
“Ayudar es un sentimiento
que no se puede cubrir. Es un pedazo en tu corazón que no lo llena nada”,
explica. “Haciendo feliz a otro, tú eres feliz”.
¿La mejor
gratificación? Cuando la llaman o buscan, mes a mes, para saber cómo está, darle
un presente, quizá una fruta, una foto del niño que ayudó y cómo va creciendo,
la niña que ya camina sola, el discapacitado vendiendo en su silla de ruedas,
una carta de provincia, un abrazo profundo.
Sanar jugando: triciclos para que los menores jueguen mientras realizan su tratamiento. |
“Nunca me llego a
desligar de los casos” –medita, mientras vuelve a observar las fotos que
conserva en su celular: muchas historias, necesidades y sonrisas finales.
La experiencia le
enseñó que además de dar, también debe enseñar. “Queremos cambiarles la vida a
las personas. No solo ayudarlas, buscamos proporcionarles un trabajo digno,
según sus posibilidades. Dar trabajo, que sean útiles, porque el
asistencialismo es momentáneo. Por ejemplo, tenemos un proyecto de muñecos
solidarios, que consiste en que los pacientes tejan, yo consigo la lana, ellos
tejen y venden los muñecos: la mitad es para ellos y la otra parte para la
fundación a fin de seguir ayudando”.
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MARIO Y UN SUEÑO
Wendy llora de felicidad
cuando un paciente se cura. Como sucedió con Mario y, en especial, al enterarse
de su destino: estudia Medicina para ayudar a otros niños con quemaduras. Lo que
la impulsa a luchar por su sueño: tener un albergue para menores enfermos con
cáncer.
Un buen día se
puede cruzar con Wendy Bedoya Álvarez por las calles de Lima sin reconocerla, ni
a otros anónimos voluntarios. Quizá tampoco prestar atención a quien necesita
nuestra ayuda y está en la puerta de ingreso al trabajo, en el semáforo donde
esperamos que cambie de luz para cruzar o en el asiento del costado del bus. De
repente sí, entonces podríamos tener un mundo mejor.
PROYECTOS DE AMOR
Además de liderar
Proyectos de amor, Wendy también encabeza
Lanas de amor (pelucas de fantasía
para niños con cáncer) y Sanar jugando
(triciclos para que los menores jueguen mientras realizan su tratamiento).
Asimismo, impulsa voluntariados en distintos hospitales de Lima y provincias para
acompañar a los pacientes.