26 de febrero de 2011

Carlos "El Chino" Domínguez: fotos con historia e historias


Una fotografía expresa más que mil palabras. Pero las imágenes de Carlos “El Chino” Domínguez significan mucho más. Sus fotos conjugan pretérito, actualidad y perspectiva. El Chino no fue historiador, pero relató con precisión la historia peruana y reflejó el drama humano en toda su dimensión. Sus trabajos lo colocan -con toda justicia- como el iniciador y mejor exponente del reporterismo gráfico peruano.

Alfonso Barrantes (1958)
Carlos Domínguez Hernández nació y murió en Lima, pero a lo largo de su carrera -cerca de 60 años- ha fotografiado todo lo existente, gracias a las decenas de países que recorrió con su cámara en ristre. Paradojas de la vida, el Chino aprendió de un japonés, Antonio Noguchi, quien le enseñó la técnica de laboratorio y los primeros secretos de la cámara.

En Argentina estudió fotografía gracias a una beca. Producto de su talento comenzó a hacer prácticas en la revista deportiva El Gráfico. Tiempo después viajó a Chile en donde se introdujo en el mundo fotográfico de la denuncia social y descubrió su camino.

Al regresar al Perú colaboró para diversos medios como: Impacto, Presente, La Tribuna, La Prensa, El Comercio, Caretas y La República, de donde fue también fundador, junto a Guillermo Thorndike. Libertad e independencia caracterizaron su carrera, pues nunca trabajó para un medio exclusivamente.

Caminaba siempre con su cámara Leica descubierta, colgada al cuello -pues la noticia no avisa-. Ojo achinado, pero certero, como lo recuerda La Primera. Capacidad -innata y trabajada- de acertar el sitio exacto y el momento preciso. Donde ponía el ojo, encontraba la noticia, según escriben y cuentan quienes lo conocieron.

En 1966 obtuvo el título de periodista y reportero gráfico por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue testigo de casi todos los acontecimientos políticos de Latinoamérica de los últimos 50 años del siglo XX. Con Salvador Allende en Chile, con Fidel Castro en Cuba, con el "Che" Guevara en Bolivia, con Anastasio Somoza en Nicaragua, con Juan Velasco en el Perú. En 1983 estuvo presente en el descubrimiento de las tumbas de los periodistas de Uchurracay.

Bohemio, criollo como pocos, amable y solidario, como lo recuerda Juan Gargurevich. Amante de la pintura a la cual se acercó fotografiando bodegones. Cronista gráfico que con sus fotos volvía arte lo que tomaba.

Era un político activo, pero utilizaba, en vez de discursos, sus certeras fotografías. Hombre de izquierda que murió consecuente con sus ideas. Estuvo vinculado a  todos los círculos sociales. Conversó con la mayoría de los presidentes peruanos, brindó con poetas ilustres a quienes iba descubriendo, cantó valses y polkas en callejones de un solo caño, departió con periodistas y compartió con los más humildes. Amigo de seres disímiles.

Ha ilustrado un sinfín de libros. Sin embargo, el que condensa mejor su trabajo es: “Los Peruanos” (1988). Recibió las Palmas Artísticas del Perú en el grado de Gran Maestro otorgardo por el Estado peruano. Los años -y los movimientos sociales- han pasado por delante de sus ojos, pero muy poco, de lo negativo, a cambiado en el Perú. Lamentablemente, con su muerte, la cámara perdió un ojo vigilante y el verdadero sentido social de la fotografía.

(No tuve el orgullo de conocerlo -y sé que no es preciso escribir sobre alguien con quien no compartí-, pero, en base a lo leído, me es inevitable escribir sobre su trayectoria -a manera de homenaje y enseñanza-. Una muerte nos golpea a todos, a la vez nos prepara para nuestro final; por ello me es difícil guardar silencio. Entonces, advierto, que la mayoría de lo escrito aquí fue recogido de quienes realmente compartieron jornadas periodísticas con él y cuyas autorías he tratado de mantener, lo máximo posible, mediante los enlaces en el post).

 Reportaje del programa Presencia Cultural:

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