31 de octubre de 2020

Crónica: el acceso al agua en el Perú rural durante la pandemia por la COVID-19

¿Qué sucedió en el ámbito rural del Perú durante el aislamiento social por el COVID-19 respecto al abastecimiento de agua para consumo humano? ¿Cuál es la situación de la prestación de los servicios de saneamiento para evitar la propagación del nuevo coronavirus (entre otras enfermedades) en la serranía del país andino? La siguiente crónica permite graficar parte de lo vivido.* 

Foto: Internet

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Todas las ferreterías estaban cerradas y hacía tres días que se les había terminado el cloro. La preocupación crecía en Juan Carlos Zambrano pues lo requerían con urgencia para desinfectar el agua que se distribuye a los habitantes del centro poblado Huambocancha Alta, ubicado en el distrito, provincia y región de Cajamarca, al norte del Perú. Era la primera semana de abril, se iba a cumplir un mes del estado de emergencia y aislamiento obligatorio para evitar la propagación del nuevo coronavirus –decretado desde el 16 de marzo del 2020 en el país andino– y él, como presidente de la organización comunal encargada de proveer el agua a la población, pensaba que las más de 100 familias a su cargo no podían quedarse, justamente en esa coyuntura, sin el agua para sus labores diarias y, sobre todo, prevenir al covid-19.

“Estamos desabastecidos”, le confesó Zambrano con incertidumbre a Marya Chilón, integrante de la Asociación Los Andes de Cajamarca (ALAC), cuando lo llamó para preguntarle cómo iba la cloración. Chilón es ingeniera industrial y encargada de monitorear a organizaciones comunales de Cajamarca encargadas de la prestación de los servicios de saneamiento. “¿Cómo va la cloración?”, le había preguntado a Zambrano. “Compártenos el dato de algún proveedor de cloro. Estamos desabastecidos”, escuchó.

Chilón empezó a averiguar entre sus contactos. Días atrás, ALAC, una organización social promovida por una empresa privada de la región, había repartido cloro, entre otros materiales a diferentes organizaciones comunales, específicamente a las llamadas juntas administradoras de servicios de saneamiento (JASS).

En el Perú, los servicios de saneamiento –ya sea de agua potable, de alcantarillado sanitario, tratamiento de aguas residuales o disposición sanitarias de excretas– son brindados, en el ámbito urbano, por las empresas prestadoras (EPS), y en las pequeñas ciudades, que están fuera del ámbito de una EPS, por las municipalidades, mediante unidades de gestión municipal (UGM) u operadores especializados. En tanto, en el ámbito rural, las encargadas son las organizaciones comunales, que abastecen a los centros poblados y pueden adoptar diversas formas, como las JASS, JAAP, entre otras.

La JASS Chorro Blanco tiene suficiente cloro y está cerca de la JASS Manzanas Capellanía –que preside Juan Carlos Zambrano–, advirtió Marya, tras revisar la información de las organizaciones comunales a su cargo. Recordó que ALAC, mediante el proyecto “Fortaleciendo la gestión del agua”, les había entregado cloro, entre otros materiales. “Estimado Humberto, quisiéramos coordinar la disposición de cloro”, conversó telefónicamente con José Humberto Chávez, presidente de la JASS Chorro Blanco, ubicada a unos cinco kilómetros de Manzanas Capellanía. “Sí, mis directivos son buenos. Llámelo a Zambrano para acordar”, le respondió Chávez.

Para los prestadores de los servicios de saneamiento en el ámbito rural, como las JASS Manzanas Capellanía o Chorro Blanco, así como los más de 28 mil que existen en el Perú, según registros oficiales, el cloro es fundamental para eliminar las bacterias y parásitos del agua, que se capta de manantiales, ríos u otras fuentes naturales, y no sigue un proceso de potabilización, como lo realiza Sedapal, la empresa prestadora encargada del abastecimiento de agua en Lima. Según la Defensoría del Pueblo del Perú, el 28 % de los hogares rurales se abastecen de agua de pozos, ríos, acequias, entre otros. Por ello, la cloración en los centros poblados permite prevenir enfermedades y reducir las tasas de anemia.

- “Me va a vender o prestar”, quiso saber Zambrano, cuando se enteró de la posibilidad de obtener cloro de otra JASS.

En el mercado, cada kilo de cloro cuesta 18 soles (poco más de 5 dólares). La JASS Manzanas Capellanía necesitaba cuatro kilos para la cloración de dos meses. La preocupación por su precio se basa en que la financiación de las JASS, en el mencionado país, se sostiene en la cuota que paga cada familia beneficiada con el agua y cuyo monto no suele ser suficiente para cubrir todos los gastos de operación y mantenimiento del sistema. Dicha cuota familiar suele variar entre un sol al mes –como en Manzanas Capellanía– hasta montos no muy superiores. “La cuota familiar no es el valor real que necesitan las organizaciones familiares”, afirma Chilón.

- “Que venga, yo coordinaré con él”, ofreció Chávez, de la JASS Chorro Blanco.

“La emergencia por el COVID-19 ha llevado a autoridades y periodistas a poner atención en la carencia del servicio de agua en las ciudades. Pero en las zonas rurales es donde están las brechas más grandes. Llevar el agua a centros poblados y comunidades campesinas representa un esfuerzo que pocos conocen: por la distancia en la que se encuentran de las ciudades, es imposible que accedan a las redes urbanas de agua y desagüe”,tuiteó el entonces ministro de Vivienda, Construcción y Saneamiento, Rodolfo Yáñez, el 22 de marzo, quizá sin saber el periplo por el cloro que se viviría en Huambocancha Alta, unos días después.

En el hilo que publicó en su cuenta de Twitter, el ministro aseveró que, para el 2020, se tiene planeado entregar 363 obras, que permitirán tener agua de calidad en sus casas a más de 260 mil peruanos que habitan en las zonas rurales. “Las inversiones en el país han privilegiado el ámbito urbano, especialmente las ciudades de mayor tamaño, no obstante, la brecha para alcanzar la cobertura universal en agua potable, en el ámbito urbano es de 5.5 %, mientras que en el ámbito rural es de 28.8 %”, señala, justamente, el Plan Nacional de Saneamiento 2017 – 2021, del Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento (MVCS).

Asimismo, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) del Perú, en su documento “Acceso a los servicios básicos en el Perú, 2013 – 2018”, en el ámbito rural, al 2018, el 73.6 % tiene abastecimiento de agua por una red pública y solo el 29.3 % tiene servicio de alcantarillado (de una población total de 7 millones de personas que habitan en el ámbito rural). La misma entidad advierte que, en la zona rural, solo el 2.6 % de la población accede a los niveles adecuados de cloro residual en el agua que se utiliza para consumo humano. Dicha cifra, en Cajamarca, llega al 12.4 % de la población y es esa región la que cuenta con la mayor población rural, con el 13.6 %.

Los problemas en las zonas rurales, durante la cuarentena, de hecho, no solo estuvieron relacionadas con los materiales para la cloración, también con los implementos de protección para dicho proceso, como guantes y mascarillas que deben tener los operadores para protegerse. “Se evidencia que los servicios de agua en el ámbito rural están en malas condiciones, siendo las causas directas de esta situación las siguientes: (i) limitada participación de la comunidad; (ii) inadecuada gestión financiera, ya que las cuotas no cubren con los costos de operación y mantenimiento; (iii) deficiente gestión técnica; (iv) deficiente mantenimiento de la infraestructura, pues no cuentan con el personal capacitado ni con las herramientas necesarias; (v) ausencia de supervisión”, sentencia el referido Plan 2017 – 2021 y recuerda el Decreto Legislativo 1280 (“Ley Marco de la Gestión y Prestación de los Servicios de Saneamiento”, el actual marco normativo que regula la gestión y prestación de los servicios de saneamiento a nivel nacional) que los prestadores rurales son monitoreados y supervisados por las áreas técnicas municipales de los gobiernos locales, que también deben brindarles asistencia técnica y capacitaciones.

En el caso del cloro, Chilón explica que es un material “volátil” por lo que las JASS –como Manzanas Capellanía– si no tienen las condiciones adecuadas, no pueden almacenar cloro para periodos prolongados. Es así que, como en este prestador, se acostumbra comprar algunos kilos, cada cierto tiempo, para la cloración que realizan cada siete días. 

“Misión cumplida”, leyó Chilón en el mensaje por WhatsApp que le envió José Humberto Chávez, de Chorro Blanco. Una foto acompañaba el mensaje y ahí los presidentes de ambas JASS: Chávez entregándole cuatro kilos de cloro a Zambrano. “Hemos apoyado a las JASS Manzanas Capellanía, le hemos regalado el cloro. La situación que estamos pasando es difícil para todos”, continuó Chávez, en el chat.

José Humberto Chávez, de la JASS Chorro Blanco, entrega el cloro necesario a Juan Carlos Zambrano de Manzanas Capellanía. Foto: Marya Chilón.


“La alegría de servir en tiempos de covid-19. En un gesto noble, la JASS Chorro Blanco brindó apoyo con cloro para que puedan seguir clorando el agua para consumo humano y brindar un buen servicio a las familias de Manzanas Capellanía. Gracias paisita Humberto, por su gran gesto. Estoy convencida que la vida le compensará cada buen acto que viene haciendo. #ElAguaNosUne”, publicó Marya Chilón en su Facebook, el 8 de abril, finalmente.


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*Esta crónica, junto a otras dos historias, fue una de los ganadores del concurso de testimonios “La vida cotidiana de los peruanos durante la Gran Pandemia” que organizó el Instituto de Estudios Peruanos (IEP). También fue publicada en el porta IAgua.

 

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9 de agosto de 2020

Microrrelato: Espacio en la ciudad


Tras seis asambleas, teníamos que decidir el destino de la huaca del barrio. Décadas atrás, cuando llegaron nuestros abuelos de provincia, la huaca simbolizaba el poderío de una antigua civilización. Pero nacieron nuestros padres y luego nosotros: el espacio se redujo y todos miraron ese montículo de tierra como espacio para construir nuevos edificios. La votación empezó temprano. Primero lo hicieron quienes querían la demolición, pero no esperaban el último esfuerzo de mi abuelo, quien abanderaba su conservación y convenció a su patota –los muchachos a quienes nos adiestró sobre cómo conquistar nuestras enamoradas– para que votáramos por conservar nuestra huaca.

Huaca Colli, Lima. Imagen: Internet.



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7 de agosto de 2020

Gastón Acurio está aburrido y otros dichos pandémicos


Gastón Acurio vivía aburrido entre libros de Derecho mientras saboreaba mentalmente qué sabor obtendría si mezclaba lo novoandino con la alta cocina. “Ya vuelvo”, dijo al promediar la una de la tarde, para irse a almorzar –pequeña premonición–, en su primer día como practicante de abogado, pero jamás retornó a la oficina que lo esperaba para sazonarlo en leyes. El resto es historia recocinada: no paró hasta convertirse en nuestro político más querido sin la necesidad de hacer política. Pero, para ello, Acurio Jaramillo se cuestionó lo que ahora nos preguntamos todos los que estamos confinados entre cuatro paredes por un virus de insospechadas consecuencias: ¿la vida que hemos llevado ha valido la pena?, ¿hemos notado lo verdaderamente importante? 

Gastón Álvaro Acurio Jaramillo
Gastón Álvaro Acurio Jaramillo. Imagen: Internet.

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Es 31 de diciembre y Ludo está aburrido y con sed, redactando un recurso de embargo, en una oficina de la avenida Arequipa, cuando lanza un gemido poderoso, “como el que dan los ahorcados, los descuartizados”. Ludo ha sudado y bostezado, así, los últimos tres años, “en plena juventud”, en la novela “Los Geniecillos Dominicales” de Julio Ramón Ribeyro. La ficción, que nunca decepciona como la realidad, evidencia, en cierto modo, los efectos de estas semanas en las que nos cuestionamos todo, desde si hemos abrazado tanto como deseamos y necesitamos, hasta si lo que hacemos en el día a día es verdaderamente transcendental. 

Julio Ramón Ribeyro Zúñiga. Imagen: Internet

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Se cumplía la tercera semana del aislamiento cuando una ráfaga de mensajes llegó vía WhatsApp: había sido incorporado en el grupo de exalumnos de la primaria. Saludos y recuerdos se mezclaron con memes y stickers hasta que sucedió lo que estábamos esperando, pero nadie deseaba: las fotos del anuario en el que nos proyectábamos, en la inocencia de nuestros diez años, sobre lo que seríamos de adultos. Veinte años después estábamos ahí, destrozados, frente a nuestros sueños de estudiantes. 

¿Es posible, acaso, que Roberto Gómez Bolaños se haya aburrido algún minuto mientras interpretaba al Chavo del 8, el Chapulín Colorado o el Chompiras? ¿Cuándo Gabriel García Márquez estuvo encerrado creando “Cien años de soledad” pensó en la posibilidad de abandonar la genealogía de esa mágica familia? ¿Hubo alguna ocasión en la que Diego Armando Maradona quiso abandonar a su selección mientras disputaba el mundial de fútbol de México 1986?

Diego Armando Maradona. Imagen: Internet.

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Había salido del trabajo sin notar que olvidaba las llaves de la casa. Era la tarde del viernes 13 de marzo, dos días antes de decretarse la emergencia nacional en el Perú y, por ende, el aislamiento social obligatorio. En las calles aún se respiraba, de alguna forma, confianza, pues mirábamos con lejanía a ese virus –aunque ya se iba propagando por la ciudad. 

Casi nueve semanas después trato de recordar cada minuto de ese día: acaso el último de lo que antes considerábamos una vida normal. Rememorarlo me devuelve a las pequeñas rutinas poco valoradas de esos días: saludar a los vigilantes del camino –cada día con una nueva frase cargada de humor–, disputarse con los compañeros de oficina –entre bromas cargadas de ironía– el primer lugar para calentar el almuerzo en el trabajo, comentarle al vendedor de periódicos que las portadas de los diarios deportivos del país escapan a cualquier género periodístico y pertenecen a una especie de realismo mágico. 

“A la próximo lo bajamos”, dijo alguien en el bus del Metropolitano en el que retornaba a casa, tras escucharse un estornudo, ese viernes 13 de marzo. Sonrisas escondidas vinieron después, en un vehículo casi repleto de gente que aún se sentía libre y que ahora camina con mascarillas, ojos vigilantes que sospechan de todos y de nadie y cuyas miradas escoden un futuro incierto. 

“Extraño dar abrazos” leí en un tuit, hace unos días. Por entonces escuché que hay una fuerza potente cuando nos damos un abrazo, al margen de a quién sea y en qué contexto, tanto si es a un familiar durante un cumpleaños o a un extraño en medio de la vorágine por celebrar un gol de Edison Flores. 

Dar un abrazo. Ese viernes 13 de marzo llegué temprano a casa, temeroso de tener que esperar en la puerta, pues no tenía las llaves de la casa. Sin embargo, a diferencia de otros días, solo yo faltaba de todos los miembros de la familia. Alguna broma se cruzó con los saludos. “Dijiste que llegabas a las diez” –se sorprendió mi madre. “A las diez para las siete” –me justifiqué.



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6 de agosto de 2020

Edison Flores y el gol decisivo


Van 72 minutos y 15 segundos del partido, cuando Edison Flores recibe el balón de un jugador ecuatoriano en el estadio Atahualpa de Quito, el 5 de setiembre de 2017. Entonces, durante los siguientes 5 segundos, tocará la pelota 7 veces, siempre con su chimpún izquierdo color rojo, mirará en dos oportunidades a la derecha, buscando una opción de pase, dará 5 pasos y disparará al arco, a las 5:27 p. m. Nada evitará, ni el arquero ni los tres jugadores contrarios que lo rodean, que el balón se cobije en la malla del arco y convierta el decisivo gol que llevó al Perú al mundial Rusia 2018.


El gol con la narración de Daniel Peredo. 




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