2 de diciembre de 2010

'Serenata', por Jorge Eduardo Eielson

Poema de Jorge Eduardo Eielson.

   El dulce Caco clama entre sus joyas, sus amores y sus
heces.
   Quieto animal de hastío: cubridlo de rocío.
   Mansa mujer que atravesáis su cuerpo dormido:
   Tended vuestro armiño, vuestro cabello, apaciguad
su sangre.
   Dormido así, su vida es sólo baba y olvido,
   Y viento que abriga y perdona, económico y dulce,
   Y un saxofón perdido, como una ola de oro,
   Salpica su corazón sin despertarlo. Deber tuyo es,
   Mujer vestida de iguana, arrodillarte y decirle:
   Bendito seas, amor mío, por luminoso e imbécil,
   Por desordenado y triste, porque te comes las uñas
   Y los piojos y los lirios de tu santa axila,
   Y amaneces como un loco sentado en una copa.
   Bendito seas, amor mío, que nunca has llorado,
   Bello rostro agusanado y borrado antes del beso,
   Después del poema, el canto y la pura blasfemia.
   Bendito seas, amor mío, por tener huesos y sangre,
   Y una cabeza pálida y soberbia, partida por el rayo.
   Y por no estar jamás ni en triunfo ni en derrota,
   Sino amarrado como un tigre a mis cabellos y mis
uñas.
   Bendito seas por gruñón, por delicado y estúpido,
   Por no tener infierno ni cielo conocido, ni muerte
   Ni vida, ni hambre ni comida, ni salud ni lepra;
   Medusa de tristes orgías, de penas jubilosas,
   De torpes esmeraldas en la frente, y bosques
   De cabellos devorados por el viento.
   Vacío de sesos, de corazón, de intestinos y de sexo,
   Bendito seas, amor mío, por todo eso y por nada,
   Por miserable y divino, por vivir entre las rosas
   Y atisbar por el ojo de la cerradura cuando alguien se
desnuda.
   Viva sombra destructora de mejillas y de espejos,
   Ladrón de uvas, rapazuelo, dios de los naipes y la ropa
sucia.
   Dulce Caco de celestes dedos y cuernos de hierro,
   Señor del vino que me matas con dagas de heliotropo.
   Bendito seas, labios de gusano, cascada de avena,
   Por poderoso e idiota, por no tener hijos ni padres,
   Ni barbas ni seños, ni pies ni cabeza, ni hocico ni
corola,
   Sino un ramo triste de botones sobre el pecho.
   Bendito seas, amor mío por todo esto y por nada,
   Bendito seas, amor, yo me arrodillo, bendito seas.

(Cumplo con el deber moral e intelectual de publicar uno de los numerosos y grandiosos poemas de Jorge Eduardo Eielson, gran poeta quien destaca, entre otras virtudes, por su amor a la novedad y su extraordinaria versatilidad).
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