24 de diciembre de 2010

Alexandre Dumas y Mario Vargas Llosa: prohibido enamorarse


Entre las cuadras y esquinas en donde se ejerce el mundo de la prostitución -como el periodismo- existe una ley "no escrita": está prohibido enamorarse. Las prostitutas no pueden desplegar placer, sino simularlo. Como toda ley, si es transgredida, acarrea consecuencias, cuando no sufrimiento.

Esta historia tiene tanto de verdad como de dolor, espiritual y corporal. Una aventura desenfrenada entre Armand Duval (Alexandre Dumas) y Marguerite Gautier (Marie Duplessis, en la realidad, una joven que tuvo varias relaciones con distintas personas).

Marguerite -una prostituta, por si no quedó claro- vivió un amor profundo, por el que sufrió y por el que murió (las prostitutas como entes deshumanizadores pueden destruir, pero también destruirse). 

Ambos son personajes de la novela La dama de las camelias de Alexandre Dumas. En la obra, Dumas -hijo- se inspira en un romance pasado (una experiencia situada en París, alrededor de 1840).

Como todo inicio de relación, el amor entre ambos pasa por etapas: primero es estético. A juzgar por las descripciones que hace Armad de Marguerite, sería imposible no enamorarse:
Alta y delgada hasta la exageración, poseía en sumo grado el arte de hacer desaparecer aquel olvido de la naturaleza con el simple arreglo de las ropas que vestía... La cabeza, una maravilla, era objeto de una particular coquetería. Era muy pequeña, y su madre, como diría Musset, parecía haberla hecho así para trabajarla con esmero... En un óvalo de una gracia indescriptible, colocad dos ojos negros coronados por cejas de un arco tan puro, que parecía pintado; velad esos ojos con largas pestañas que, al bajar, proyecten sombra sobre la tez rosada de las mejillas; trazad una nariz fina, recta, graciosa, con ventanillas un poco abiertas por una ardiente aspiración hacia la visa sensual; dibujad una boca regular, cuyos labios se abran con gracia sobre unos dientes blancos como la leche... Los cabellos, negros como el azabache, natural o artificialmente ondulados, se abrían sobre la frente en dos abundosos bandós y se perdían hacia la nuca, dejando ver los lóbulos de las orejas... Nos vemos obligados a constatar, sin comprenderlo, cómo la ardiente vida de Marguerite conservaba en su rostro la expresión virginal, incluso infantil, que la caracterizaba.
De aquella inicial atracción superficial se pasó al amor profundo (con rasgos de piedad y compasión). Sin duda, una maestría en el manejo del discurso amoroso:
Pues que desde que la vi, no sé cómo ni por qué, ha ocupado usted un sitio en mi vida; que, por más que he intentado arrancar su imagen de mi pensamiento, vuelve una y otra vez; que hoy, cuando he vuelto a encontrarla, después de haber estado dos años sin verla, ha adquirido usted sobre mi corazón y mi cabeza un ascendiente aún mayor; y, en fin, que ahora que me ha recibido, que la conozco, que sé todo lo quede extraño hay en usted, se me ha hecho indispensable, y me volveré loco no sólo si no me ama, sino si ni siquiera me deja amarla.
El Nobel de Literatura 2010 diría al respecto: "Francia es Marguerite. Ella lo hace todo, y todo lo hace bien".

A propósito de Mario Vargas Llosa y de relaciones tormentosas, encaja en el tema la historia de Ricardo y Lily -personajes de su novela Travesuras de la niña mala-. Lily, el personaje principal, y, sin dudas, uno de los más complejos que he leído -lo cual, sinceramente, no es mucho- evidencia, en sus acciones, la necesidad de vivir en riesgo, de satisfacer su espíritu aventurero, su personalidad pragmática e inquieta y convivir con el peligro: todos los rasgos de una vida vacía y carente de identidad; lo que en algunos pasajes se traduce en egoísmo -aunque nunca adrede, siempre son travesuras de una niña inocente-. 

Él la desea y se lo demuestra con todo lo humano posible. Ella solo quiere vivir, no sentirse aprisionada, jamás caer en rutina, vivir con todas las comodidades que su belleza le permite: nunca está satisfecha. En pocas palabras: la historia de una sádica y un masoquista. Unas líneas de este indescifrable amor:
Me dejé caer de rodillas y le rogué que se casara conmigo, mientras besaba sus pies, sus tobillos, sus rodillas, acariciaba sus nalgas, y  la comparaba a la Virgen María, a las diosas del Olimpo, a Semíramis y a Cleopatra, a la Nausíacaa de Ulises, a la Dulcinea del Quijote y le decía que era más bella y deseable que Claudia Cardinale, Brigitte Bardot y Catherine Deneuve juntas. Por fin la cogí de la cintura y la obligué a tumbarse en la cama. Mientras la acariciaba y amaba, la sentí reírse, a la vez que me decía el oído: "Lo siento, pero he recibido mejores peticiones de mano que la suya, señor pichiruchi".
Pero volvamos a la primera historia: la de Armand y Marguerite, de la cual no quise obviar el siguiente discurso -uno de más sinceros y precisos que he leído sobre el amor-:
Difícilmente podría darle detalles de nuestra nueva vida. Se componía de una serie de chiquilladas, encantadoras para nosotros, pero insignificantes para cualquier persona a quien yo se las contara. Ya sabe usted lo que es amar a una mujer, ya sabe cómo se acortan los días y con qué amorosa pereza se deja uno llevar al día siguiente. No ignora usted ese olvido de todas las cosas, que nace de un amor violento, confiado y compartido. Toda criatura que no sea la mujer amada parece un ser inútil en la creación. Uno lamenta haber arrojado ya parcelas del corazón a otras mujeres, y no entrevé la posibilidad de estrechar jamás otra mano distinta de la que tiene entre las suyas. El cerebro no admite trabajo ni recuerdo, nada que pueda distraerlo del único pensamiento que se le ofrece sin cesar. Cada día descubrimos en nuestra amante un encanto nuevo, una voluptuosidad desconocida.
Armand nunca se cansó de defender la honorabilidad de Marguerite. La amó después de muerta y por ello escribió esta historia, para defenderla de los ataques recurrentes de los sectores más cucufatos y conservadores de aquella sociedad (lamentablemente, tan parecida a la nuestra).

Finalmente, Aristóteles decía: "El verdadero amor solo se da entre  personas virtuosas".


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