Los privilegiados testigos del antiquísimo fútbol latinoamericano cuentan que la Copa Libertadores es un torneo especial. Distinto e incomparable a otra competición en el mundo. Se juega, vive y siente de una manera particular tal y como ha quedado registrado en la infinidad de anécdotas e historias de esta atípica manera de vivir el deporte de multitudes.
La final de la Copa Libertadores de este año 2010 no fue la excepción. Si Internacional de Porto Alegre (Brasil) quería ser campeón, no solo tenía que ganar en el campo de juego, también en los previos al partido, durante la ceremonia: fuera de los noventa minutos. El hecho de solo tocar la introducción del himno mexicano e interrumpirlo cuando los jugadores del equipo rival, las Chivas de Guadalajara (México), comenzaban a entonarlo, ante la notoria desazón en los rostros de los aztecas, es un acto descortés. De la misma manera, fue una falta de respeto al himno brasileño el comportamiento de Adolfo Bautista, jugador mexicano, al comenzar a calentar cuando este se entonaba. Hechos repudiables, sin duda, si no se entiende este torneo.
Para jugar (y ganar) este torneo cuentan esos detalles. La Copa Libertadores es una guerra criolla y popular. Se participa sabiendo a lo que te tienes que enfrentar y determinados por esa singularidad de entender esta pasión. Estos hechos son parte del juego.
Para jugar (y ganar) este torneo cuentan esos detalles. La Copa Libertadores es una guerra criolla y popular. Se participa sabiendo a lo que te tienes que enfrentar y determinados por esa singularidad de entender esta pasión. Estos hechos son parte del juego.
Realidad muy distinta a la moderación y control que se vive en las celebraciones del máximo torneo de fútbol europeo: la Champions League. Sin el ánimo de hacer comparaciones entre estos torneos, creo que la diferencia pasa por la distinta manera de sentir el fútbol. Panorama que, tal vez, encuentra una explicación porque nos referimos a distintos tipos de sociedad. Podríamos mencionar, como ejemplo, las premiaciones. Mientras que en Europa está todo controlado al milímetro, cada personaje sabe el papel que realiza y su ubicación en escena, sin que nadie se salga del libreto; en Latinoamérica, el descontrol es inevitable. Locura que, aunque algunas veces lamentablemente derive en violencia, manifiesta el sentir local. Por ello, en este torneo no existen "buenos" perdedores que acepten recibir la medalla de plata, signo del segundo lugar. Mejor terceros que segundos.
Si existiera la posibilidad, seguramente, de que los miles de asistentes al partido final levantasen la copa y den la vuelta olímpica, se haría. Cuando sale victorioso el equipo, celebra la multitud. Esta competencia es una guerra popular, en la cual participa toda la población guiándose de once soldados y bajo la orden de un general, el técnico. Ganada la batalla, celebra el batallón y el pueblo.
Internacional ganó esa final |
No estoy de acuerdo con quienes plantean que la final sea en un partido único y en un estadio neutral. El campeón merece tener el honor de salir victorioso en casa, con tu ejército, haciendo valer la localía o ser villano y ganar con solo tus once soldados contra todo un ejército, y en el campo rival, como narran las épicas batallas de valerosos guerreros medievales.
Comparar el nivel de juego o la pasión de sus hinchas entre la Champions League y la Copa Libertadores sería inadecuado. Se tratan de distintas formas de entender el juego y la vida. Sin embargo, estoy en el grupo que disfruta más un buen partido del máximo torneo de fútbol latinoamericano. Obsesión de multitudes.